jueves, 18 de octubre de 2018

Drácula en la Argentina (ÁNGEL ABOY) por Germán Cáceres

Aboy en 1956, tomada para la revista Dibujantes. Foto gentileza de Osvaldo Laíno.

Nació el 18 de junio de 1920. Comenzó su vida profesional durante 1954 en Pobre Diablo. Luego colaboró en Loco Lindo, Bomba H, Avivato, El Colegial, Tío Vivo, Tía Vicenta, Rico Tipo, Telecómicos, Patoruzú, Operación Ja-Ja y Can-Can (España). Firmaba como Drácula sus chistes de humor negro (también bautizó así a uno de sus personajes) y, además, los seudónimos de Roxan y (para sus escritos) los de Erik y Adrián. Otros protagonistas de sus tiras fueron Bochito, un niño superdotado, y Adrianita.




Página de Aboy en Tía Vicenta, 1960.


Su mayor fama la adquirió con Drácula, un individuo de figura desagradable, que vestía de negro, tenía poco pelo, orejas largas, abundantes arrugas y su nariz era una especie de pico de ave de rapiña. Este ejemplar provocaba con su malicia desenlaces funestos. Por ejemplo, llevaba un pájaro carpintero a un circo con el fin de que cortara a picotazos uno de los palos que sostenía la cuerda por donde se desplazaba el equilibrista.


Aboy en Patoruzú, 1975.

Pero a veces en la sección de humor negro aparecían personajes anónimos, como el que aparentemente se disponía a socorrer a un suicida que se había colgado de un árbol, pero en lugar de salvarlo tomaba sus piernas para sacudir las ramas de modo que cayeran frutas que recogía para comérselas. En otra tira, dos duelistas mataban a los padrinos y se reían de la humorada. Bajo esta línea mordaz, un chico había matado a su mamá con una flecha disparada desde su arco de juguete; sin embargo, el padre le perdonaba la travesura y solo le aconsejaba tener más cuidado la próxima vez. En otra secuencia de varios cuadritos, un hombre ponía una bomba con mecha en un arbolito de Navidad sin que la mujer –que estaba encendiendo las velitas–  se diera cuenta ni viese que él se disponía a huir hacia la puerta de calle.

Aboy en Patoruzú, 1967.

Aboy era un artista que dibujaba con soltura y cuyo grafismo respondía a la estética de su época. Así, un cuadrito representaba a un grupo de personas tan horribles que terminaba siendo encantador, o sea, a la manera de Oski, transformaba el feísmo en belleza ornamental a través del humor gráfico. Era capaz, además, de diseñar tanto mujeres viejas y con sobrepeso, como chicas jóvenes de silueta estilizada.


Aboy en Patoruzú, 1972.

A veces su sarcasmo era netamente visual, sin textos ni diálogos. Su concepción de la imagen apuntaba a la funcionalidad del chiste. En otras oportunidades se tornaba verbal, pero las conversaciones no se plasmaban en globos, solo señalaban con una mínima línea al personaje que las pronunciaba. También recurría a textos inferiores, como el que mostraba la buena presencia de una mujer obesa porque “Se la advierte desde cualquier distancia”. En una tapa de Patoruzú el peluquero gritaba: “¡San Cayetano me oyó!” y se veía su negocio repleto de individuos barbudos y con el pelo larguísimo. En otra secuencia tres familiares se peleaban por darle un nombre a un recién nacido y, al final, terminaban llamándolo con apodos convencionales: Pupi, Cuchi Cuchi, Pelusita.


Aboy en Patoruzú, 1968.

Algunas de sus ocurrencias eran desopilantes, como la viñeta en que se observaba a una chica embarazada que le estaba diciendo a su madre: “¡Y si vieras, mamita, qué caballero tan fino! Me besó la mano, me dijo: ´Perdón, madame…´y no lo volví a ver”.


En Patoruzú, 1972.

Sus escritos aún deslumbran por el ingenio y su comprensión de la naturaleza humana. Algunos son chistes buenísimos característicos del habla cotidiana. Pero asimismo se encuentran hallazgos como la recomendación para recibir con una gran sonrisa a las visitas, sobre todo a las inesperadas. La receta consiste en pensar que se trata de un inspector impositivo y cuando al abrir la puerta aparece una amistad o un familiar es imposible no reaccionar con alegría.

Ilustrando tapa de Patoruzú, 1974.

Desplegaba continuamente una ironía superlativa, a menudo con una intensidad feroz. Está muy lograda la nota «La mujer que trabaja»: los empleados proponían que una linda compañera los representara para pedir aumento. Y uno de ellos opinaba: “Yo creo que no va a resultar. Porque si bien es cierto que el jefe a ella no le puede negar nada, ella al jefe, sí.”

Original de Aboy, con indicaciones para su publicación en revista Patoruzú.

En «La pilcha» mostraba con agudeza cómo en los años setenta las mujeres y los hombres que orillaban los cincuenta se ponían neuróticos como en los tiempos que corren al tomar conciencia de que se alejaban de ese divino tesoro que es la juventud. Sus crisis las volcaban en las dudas filosóficas que urdían respecto a la vestimenta adecuada para quitarse años. Este artículo está acompañado por un chiste gráfico que presenta a un tipo que lleva una camisa con un extravagante estampado, mientras un amigo le pide cáusticamente: “Andá, prestámela que hoy tengo que hacer un papelón…”
La superlativa obra de Ángel Aboy constituye un valioso aporte a la historia del humor argentino, tanto gráfico como escrito.
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Germán Cáceres



La siguientes es una entrevista que le realizó Osvaldo Laíno para la revista Dibujantes, que se publicó en el número 20 de marzo/abril de 1956.


Gentileza de Osvaldo Laino.


Bibliografía

-Dibujantes, abril de 1956, Nº 20.
-http://siulnas-historiador.blogspot.com/2011/05/un-día-como-el.html.
-https://www.tebeoesfera.com/autores/aboy_angel.html.
-https://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-174002-2011-0., «El regreso del Sr. Cateura», por Juan Sasturain.
-Siulnas, Diccionario del humor gráfico argentino (inédito), Archivo de historietas y de humor gráfico de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno.
-www.museodeldibujo.com/obras_maestras/artistas.php?ida=1&a=aboy-angel.

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