miércoles, 30 de noviembre de 2011

Entrevista: Robin Wood

Cita con la aventura

Por Germán Caceres

Nació en Paraguay en 1944, pero su madre era irlandesa. De chico se trasladó a la Argentina, donde trabajó en diversas ocupaciones antes de iniciarse como guionista de historietas.

De su encuentro con el dibujante Lucho Olivera surge su primer gran éxito: Nippur de Lagash (1967). A partir de allí se produce lo que se ha dado en llamar “el fenómeno Wood”: más de cincuenta personajes y miles de guiones.

Su obra llega a Italia en 1982, y obtiene una espectacular repercusión de público.

Alterna la profesión de guionista con su vocación viajera: Wood se considera un aventurero.

Además de la citada Nippur, entre sus series más renombradas se cuentan, Savarese, Helena, Dago, Mark, Pepe Sánchez, Kevin, El Cosaco, Dennis Martin, Jackaroe, Aquí la legión, Mojado, Or-Grund y Gilgamesh el Inmortal.



Ariel Avilez y Robin Wood -foto cedida por Avilez-

Germán Cáceres: Sé que sos un trotamundos. ¿Los viajes influyen en tus guiones?

Robin Wood: Yo era un individuo de poquísima cultura: tenía sexto grado y nada más. Cuando salí de la escuela me vi obligado a entrar en una fábrica, donde trabajé cinco años de lunes a sábados doce horas diarias. Las condiciones laborales eran espantosas y tristes. Entonces, cuando empecé a escribir guiones de historietas y al año pude ahorrar un poco de dinero, me compré una mochila y una Lettera 22 portátil, y me fui. Eso ocurrió hace muchos años y continúo viajando: me mordió el bichito. Y estos viajes me inspiran mucho más de lo que el público cree. Uno nota diferencias substanciales en la forma de ser, hablar y sentir de la gente. Las cosas que se pueden ver son infinitas y me afectan intensamente.

G.C.: ¿Dónde vendés tus guiones?

R.W.: Básicamente en la Argentina. Y después se revenden en Italia; o sea que todo lo que sale aquí, se vuelve a publicar allá. En Italia mis historietas han tenido un éxito furibundo: en estos momentos soy el escritor más leído. Aparte de eso, quiero experimentar con historietas menos masivas y de cuidada calidad que dibujarán artistas de mi elección.



G.C.: ¿Cómo serán esas historietas?

R.W.: Tendrán una extensión de cuatro a cinco páginas y se imprimirán a todo color. No sé de qué van a tratar porque todo dependerá del dibujante, ya que yo guiono en función de su estilo. Por ejemplo, jamás haría un relato sentimental para Alberto Salinas, cuyo grafismo posee un fuerte aliento épico. Cuando escribo para Alberto –como sabrás, somos responsable de Dago- lo hago pensando en su dibujo y trato de sacar lo mejor que él tiene, le doy los elementos para que pueda lucirse.

G.C.: De manera que aún no sabés de qué tratarán.

R.W.: No tengo la más remota idea de sus argumentos, lo que me ocurre con todos los guiones, pues escribo por instinto: es cuestión de empezar y después la historia sale sola. Por eso me cuesta explicar mi método de trabajo.


G.C.: ¿Por qué sólo cuatro o cinco páginas?

R.W.: Estos dibujantes tienen tremendas responsabilidades de trabajo, y si les presento un guión de diez a veinte páginas los comprometería con su tiempo. Quiero darles algo pequeño para que puedan dibujarlo con comodidad.

G.C.: Aún no me diste los nombres de los artistas.

R.W.: Tengo la suerte de poder trabajar con dibujantes que se encuentran entre los mejores del mundo. Uno es Ernesto García Seijas; hicimos juntos Helena y Kevin. Otro es Alberto Salinas: con él realizamos Dago. El tercero es Carlos Vogt, con el cual formé dupla en Mi novia y yo, Pepe Sánchez y en Mojado. Y por último, Lucho Olivera, compañero de ruta de tantos éxitos, de los que sobresale Nippur de Lagash. Fijate que cada uno es estos sólidos artistas tienen su especialidad. Siempre me imagino la obra de Lucho como de ciencia ficción bíblica; tal vez sea por Gilgamesh, una historieta logradísima, sensacional. García Seijas, en cambio, puede abordar cualquier tema.



G.C.: Estas historietas, ¿se publicarán en la Argentina?

R.W.: Pero no en Columba, porque su propuesta es otra. Quiero probar nuevos mercados, aquellos que no he frecuentado.

G.C.: ¿Se trata de un gusto personal?

R.W.: Sí, porque el otro mercado comercial lo tengo saturado. En Italia se han publicado casi todas mis historietas, y actualmente están apareciendo Dago, Helena, Savarese, Kevin, y Chindits. Por otra parte, Helena se ha convertido en una serie de televisión. Las RAI se interesó por ella y me propuso comprar los derechos, pero como no me gusta vender nada, se los alquilé, y ya se filmaron veinte capítulos.

G.C.: Ya que hablaste de un mercado comercial, ¿qué opinión tenés de la historieta? ¿Es un arte?

R.W.: Sin ninguna duda es un arte que cubre el aspecto visual y el literario. En cierta forma, se la puede definir como televisión pasiva o cine inmóvil. El montaje de la historieta es igual al del cine y la televisión.


G.C: Poseen hasta el mismo sistema de planos y de angulaciones.

R.W.: Sucede que la historieta arrastra un viejo prejuicio o fantasma: de que es para chicos. Ahora ya no ocurre, pero recuerdo que años atrás era común que un lector se paseara con un libro de Kafka y adentro de sus ropas llevase escondida una revista de historietas. A la gente le daba vergüenza leer estas revistas y las ocultaba. Hoy surgen lectores asombrosos. Por ejemplo, el director de cine Raúl de la Torre, una persona interiorizada en todos los aspectos del arte, encuentra vivificante la historieta. En Europa es una inmensa industria que mueve millones y lo mismo pasa en los EE.UU. Inclusive en la Argentina es una actividad importante.

G.C.: He notado que tus guiones, aunque son netamente historietísticos, contienen un sabor literario, ese vigor narrativo que caracterizó a Alejandro Dumas.

R.W.: Los Wood somos irlandeses, y por tanto, bardos, relatores. Contar en mi familia era algo natural. Los viejos se reunían y conversaban, y uno de ellos tomaba el hilo de la palabra para narrar. De chico recuerdo haber estado escuchando durante horas viejas historias de la colonia y anécdotas de mi abuelo en la guerra mundial. Como éste decía, los irlandeses poseemos el arte gentil de hablar de cosas amables.




G.C.: Esa calidez se refleja en tus guiones.

R.W.: Es algo que heredé de los Wood y que no proviene de ninguna formación literaria: acordate que sólo cursé hasta sexto grado de la escuela primaria. Mi cultura vino después, cuando leí intensamente.

G.C.: ¿Qué escritor pesó en tu labor?

R.W.: Todos. Calculá que leo un libro cada tres días: o sea un promedio de diez por mes. Y por supuesto todos los escritores me afectan, como también el cine y la televisión. Después de leer Por quién doblan las campanas, de Hemingway, de alguna manera interioricé sus descripciones y su ritmo narrativo. En la historieta quien más me afectó fue Oesterheld, “el grande”, el mejor que hubo.

G.C.: No creo que ningún argentino de nuestra generación deje de estar tocado por él.

R.W.: Y mucho menos en la profesión de guionista, para quienes Oesterheld está en un plano inalcanzable. Comparados con él, nosotros todavía estamos aprendiendo. Algún día espero llegar su lado, pero a fuerza de pelearla; en vez Oesterheld alcanzó la cima naturalmente.



G.C.: ¿Y además de Hemingway y de Oesterheld?

R.W.: Faulkner, John Dos Passos, muchos franceses y sobre todos los autores que aparecen en los libros de bolsillo.

G.C.: O sea la literatura norteamericana. Claro, exhibe un ritmo muy de la época.

R.W.: Los norteamericanos se mantienen al día; son rápidos, activos y ambiciosos; su producción es un relámpago y dominan el mercado literario con tirajes monstruosos: un libro para que tenga éxito debe estar escrito en inglés. Por eso los franceses están muy atrás. Hubo excepciones en habla hispana como García Márquez y Vargas Llosa. Cien años de soledad, del primero, se encuentra entre mis libros de cabecera, lo mismo que El padrino, de Mario Puzo.



G.C.: ¿Qué director de cine influyó en tu obra?

R.W.: Muchos, pero en especial Sergio Leone, el de Érase una vez en América y Érase una vez en el Oeste, la famosa saga Lo bueno, lo malo y lo feo, Por un puñado de dólares, y todos esos hermosos spaghetti western donde aparecía Clint Eastwood, siempre mirando bajo el ala del sombrero, masticando el cigarro y matando tipos como racimo. Más allá del tema infantil, asombra el dominio que tiene Leone de la belleza visual y de los enfoques. A mí me enseñó mucho en impactos: el tipo en medio de la calle, con el poncho flameando y el viento levantando bocanadas de polvo, y como fondo sonoro una música apropiada y crujidos de maderas. La historieta se nutre de estas situaciones.

Me impresionó también La pandilla salvaje, de Peckinpah, de quien he visto todas las películas.

G.C.: Los directores que nombraste son grandes narradores.

R.W.: En materia cinematográfica soy un simplista, me gustan las narraciones, no veo demasiadas películas sobre conflictos humanos. Yo voy al cine a entretenerme.



G.C.: Una corriente crítica, que se llama “cinéfila, reinvidica a los grandes maestros del cine norteamericano, como John Ford, John Huston y Alfred Hitchcok, entre otros.

R.W.: Yo incluiría ahora a Steven Spielberg.

G.C.: Es uno de los más admirados junto a Martín Scorsese, Brian de Palma, Francis Ford Coppola, Walter Hill y George Lucas.

R.W.: Es una nueva generación que volvió a las fuentes originales, a seguir las enseñanzas de filmes como Río Bravo, de Howard Hawks, y Duelo de Titanes, de John Sturges.



G.C.: King Vidor, Alan Dawn, Raoul Walsh, George Cukor y Henry Hathaway son también prestigiosos exponentes de esas raíces que mencionaste.

R.W.: A Spielberg le preguntaron cómo filmaba y él contestó que no hacía cine sino historietas. En efecto, sus películas son talentosas historietas de aventuras. Las nuevas vedettes cinematográficas como Silvester Stallone, Arnold Schwarzenegger y Chuck Norris son actores que provienen de la aventura, y responden a lo que el público desea en estos momentos.

G.C.: ¿Qué es la aventura para vos?

R.W.: Te lo voy a resumir simplemente: ¿oíste alguna vez la “Plegaria del paracaidista”?

G.C.: No la conozco.

R.W.: Dice así: “Señor, de las cosas buenas de la vida, tantos te las deben pedir, que ya no te debe quedar nada para dar. Yo te pido el desorden, el peligro y la incertidumbre; yo te pido todas aquellas cosas que nadie te pide. Pero te las pido hoy, y te las pido rápido, porque no sé si mañana tendré el coraje de volver a pedírtelas”. Así es la aventura, y yo la he perseguido toda mi vida. Fui paracaidista, y karateca durante veinte años; recorrí el mundo en tren desde Londres hasta Hong Kong, cruzando Alemania del Este, Unión Soviética, China y Mongolia, hasta terminar en Singapur y en Macao. He buscado aventuras con más afán que mujeres o dinero. Lo malo es que me he hecho adicto: quiero más.



G.C.: Uno se encuentra con narradores de aventuras –Robert Howard, el de Conan, por citar a uno-, cuyas vidas están completamente disociadas de sus ficciones: son personas rutinarias y alejadas de la realidad y del mundanal ruido. Como si su colosal despliegue imaginativo sirviera para compensar esa chatura. En tu caso sucede los contrario, vida y otra están unidas por la aventura.

R.W.: Lo que pongo en mis historietas –con las debidas limitaciones- son los acontecimientos que en cierta forma me ocurrieron. Dennis Martin corría en Pamplona: yo también lo hice y fui corneado y casi perdí la pierna derecha. Harry White era karateca. Todos los lugares donde he estado tienen cabida en mis guiones. Viví en un kibutz en Israel; fui desde Buenos Aires hasta México por tierra porque quería conocer América Latina; trabajé tres años en los obrajes y en la Ruta Trans-Chaco; estuve una temporada en las montañas del norte de Estambul. Una de mis últimas experiencias la afronté en Nepal, donde bajé por un río de rápidos que pasan por corredores de roca. Tengo la intención unir costa con costa del Amazonas; es un trayecto largo y duro y necesita bastante planificación.

G.C.: ¿En qué lo pensás cruzar?

R.W.: Creo que en barcazas. Pero debo analizar esta idea, porque soy aventurero pero no estúpido, es decir no voy a tontas y a locas a estrellarme. La aventura tiene que estar bien preparada.



G.C.: De alguna manera estás explicando tu método narrativo.

R.W.: Puede ser. Mi escritura y mi vida van totalmente compaginadas, son como dos piernas que caminan juntas. Por eso no escribo a máquina sino con birome y en cualquier lugar, ya sea en un café, en un barco, en un tren o en un avión.

G.C.: ¿Hay alguna historieta que pondrías como modelo?

R.W.: Para mí Asterix y Lucky Luke, ambas guionadas por Goscinny, son perfectas. Y en cuanto a historietas de aventuras propiamente dichas, me gustaron el Príncipe Valiente, de Harold Foster –aunque se dice que es más bien novela ilustrada-; Johnny Hazard, de Frank Robbins; Ben Bolt, de John Cullen Murphy; Rip Kirby, de Alex Raymond. Son clásicos que hoy se leen como si fueran contemporáneos. También Lared, ranger de Texas, de Schoenke.




G.C.: Hubo una línea de historieta sofisticada –tanto en el texto como en el dibujo- cuyos ecos aún perduran y que ha terminado por cansar al lector. ¿Qué pensás de ella?

R.W.: Esa sofisticación que vos mencionás no le ha hecho ningún favor a la historieta. De repente, todos se lanzaron a esa singular ciencia ficción “heroica” y emplearon el mismo enfoque: una sociedad decadente, donde el hombre se convertía en una máquina y era tiranizado. Se trataba de un punto de vista infantil y simplista que agotó al público. Porque aparece la terrible arrogancias del intelectual que se propone abrir los ojos de la masa estúpida. Pretende mostrarles el camino, la tierra prometida, la realidad de la vida. Su actitud mesiánica intenta iluminar con un mensaje. Además, esta palabra –mensaje- da la pauta de que alguien tiene la verdad y la quiere compartir con los pobres idiotas que pueblan el mundo. Y eso me parece un índice de pedantería y de soberbia.

No comparto esta visión tan desolada y pesimista. Creo que el hombre es un ser fantástico, que este mundo es magnífico, que esta vida es un privilegio, una joya –como decía Zorba, el griego- que poseemos. Y los días deberían durar cuarenta y ocho horas y los hombres vivir doscientos años. Porque nuestra corta existencia no alcanza para disfruta de este mundo bello y maravillo. Te hablan del hambre, que desgraciadamente es parte de la vida, pero también están todas las otras cosas hermosas.

G.C.: ¿Nunca pensaste escribir una novela?

R.W.: Sí. Estos años los pasé saltando montañas. Como dice un poema: “Tengo una cita con la muerte más allá de aquella colina”. Yo tenía una cita con la aventura. Y ahora- como estoy en condiciones de cambiar el plano de las colinas- quiero escribir una novela.

De Así se lee la historieta, de Germán Cáceres (Beas Ediciones, Buenos Aires, 1994, 168 páginas).

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