miércoles, 13 de enero de 2010

La muerte de una dibujante excepcional: Alberto “Bebe” CIUPIAK

Ciupiak por Ciupiak
Había un personaje de la radio, hace como mil años, al que llamaban “Bebé Rezongón”. Yo vengo rezongando desde que nací, más o menos. Por eso desde siempre me llaman Bebe y nunca nadie me llamó Alberto, que es mi nombre legal. Aprovecho este espacio para desmentir que lo de Bebe venga de la afición por el cascote (whisky) doble con poco hielo que me persiguió durante años.
- Ahora, el Bebe no bebe más. Pero sigue rezongando –dicen mis amigos. ¿Y qué querés viejo? ¿O es que este no es un país para rezongar?
Trenes que no funcionan, gobiernos que no funcionan, ideas que no funcionan, soluciones milagrosas a cada rato, que tampoco funcionan.
Cuando dibujo también rezongo. Quiero hacer un original con 20 tonalidades de gris diferentes, que traigan y lleven las figuras entre las neblinas del paisaje. Me peleo conmigo días y días. Al final, claro, me sale lo que yo quiero. Y después lo imprimen en la revista –o peor- en el diario. Y de los 20 tonos de gris quedan tres o cuatro (con buena suerte cuatro). Entonces, agarro y me peleo con el impresor, y con el editor. ¡Y cómo rompen los timbales! ¡Así no se puede vivir!


Ciupiak

Pero, bueno, caigo todos los días en la trampa. En la trampa de la autoexigencia exagerada de levantarme a las cuatro de la madrugada para captar una luz sobre el papel, de hacer cincuenta bocetos, de experimentar, de enamorarme de los matices que después nadie va a ver cuando pase apurado la hoja para leer el crimen de la profesora en la página siguiente. Y eso da bronca ¿no?
No importa. Igual me gusta. Dibujar, para mí, es como enamorarme. Si alguien arruga un poquito la punta del papel donde hice mi trabajo, soy capaz de matarlo. Porque es como si un fulano me violara a la mina que yo quiero, ¿se pesca?
No jodan, ¿eh?, como les dije a los muchachos cuando me encargaron que escribiera algo sobre mis obsesiones y mis fantasías. ¡Déjeme de embromar, yo sé dbujar, no escribir!
Alberto Ciupiak
(Texto extraído de la revista de historietas española Zona 84 número 3, 1984, Barcelona)




Ciupiak recordado por el dibujante Alfredo Grondona White
(Hoy llegó por mail el siguiente texto, donde Grondona White rememora a su amigo Ciupiak y le pedimos autorización para publicarlo, a lo cual accedió. Muchas gracias)

El Bebe era un bebedor redimido y nos cargaba por lo que tomábamos y fumábamos. Vivía muy solo, con su archivo desordenado y su prisma de dibujo sostenido por un caño metido en una lata llena de cemento.Una vez, se enfermó gravemente del hígado y una pulmonía y estuvo internado en el Hospital Pirovano, en una sala horrible, en el pabellón de los hombres solos, separados a veces por una sábana colgando de un alambre. Lo fui a visitar un par de veces, llevándole, la última vez, una estampita de José María de Balaguer y Escrivá, fundador del Opus Dei. Me dijo, enojado: "¡Sacame este cura de acá!", pero se lo quedó., se sanó y vivió treinta años más. Siempre nos encontrábamos con el mismo saludo "¿Todavías seguís con ese cura?".
La neumonía que casi se lo llevó al Bebe fue debida a que se le inundó la casa en un violento temporal y se quedó dibujando dos días con el agua hasta los tobillos... Creo que fue Trillo el que lo descubrió y lo llevó, contra la férrea oposición del Bebe, al Pirovano, donde llegó verde (yo lo vi y Cris también) como un cadáver que hubieraestado tres días en el río.



Me contó como prismaba, cómo lavaba copias Xerox para poder hacer viñetas y aguaditas, cómo componía sus ilustraciones, en fin, todas sus técnicas, que por lo general, son guardadas celosamente por sus "creadores".Para las Olimpíadas de Barcelona, fue especialmente invitado para ilustrar paisajes de España, y tuvo terribles problemas porque quería llevar ( y lo consiguió) su caño con la lata de cemento en el avión. Después, a pesar de tener todo pago, se peleó con los gaitas, vaya uno a saber por qué, pero tenía un carácter peculiar, excéntrico y no acepaba órdenes ni objeciones de nadie. Razón tenía, porque era como objetarle una nota a Baremboin. La última vez que lo ví fue en la casa de Nine, cuando le llevé de regalo dos prismas antiquísimos, de bronce. No quiso aceptarlos, porque eran prismas para litógrafos, de la época que se ponía el original a copiar sobre una tabla a 45° de la mesa de trabajo, para prismar invertido. Todavía los tengo, en algún cajón olvidado.Fue uno de los bichos de mi colección, pequeña pero entrañable, de amigos peculiares, del que por suerte, todavía, forma parte Sergio I. Brown, quien vino a comer a casa el viernes pasado con sus nuevas esculturas en corcho de los personajes del Libro de La Selva, con Kipling incluído.
Alfredo Grondona White



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