jueves, 24 de abril de 2014

EL OCÉANO AL FINAL DEL CAMINO de Neil Gaiman, por Germán Cáceres

(Rocaeditorial, Buenos Aires, 2013, 240 páginas)

“-No existe tal Hombre de Arena, cariño- me respondió mi madre-. Cuando digo ´viene el  Hombre de Arena´ quiero decir que tienen que ir a la cama y que sus párpados se cierran involuntariamente como si alguien les hubiera tirado arena a los ojos.”
E. T. A. Hoffmann: El Hombre de Arena




Neil Gaiman (Porchester, Inglaterra, 1960) es un escritor muy singular porque guionó historietas, escribió literatura infantil y abordó novelas para adultos (como la que se comenta), siempre dentro de una veta fantástica. Pero, en esos tres ámbitos está influido por la inmensa literatura infantil de Lewis Carrol (Alicia en el país de las maravillas y Detrás del espejo) y C.S. Lewis (Las crónicas de Narnia), a quienes cita en sus obras. Pero también alude a la canción de niños Wee Willie Winkie, y propone un desarrollo histórico distinto al que se conoce oficialmente en nuestro planeta, como lo hace J.R.R. Tolkien en El Señor de los Anillos y El Hobbit. El espíritu de El maravilloso mago de Oz, de Lyman Frank Baum, también está presente.


Entre sus más famosas creaciones para chicos -que abarcan unos quince títulos-, figuran su novela Coraline (llevada al cine de animación por Henry Selick en 2009) y la colección de cuentos El día que cambié a mi padre por dos peces de colores.


Pero el éxito que lo llevó al estrellato fue su novela gráfica The Sandman, para cuyo protagonista (aunque ya había un héroe homónimo en la factoría DC concebido por Joe Simon y Jack Kirby) seguramente se inspiró en el cuento de Hoffmann del epígrafe, a partir del cual  Sigmund Freud propuso Lo siniestro. Su amor por el género surgió durante la entrevista que en calidad de periodista le realizó al relevante guionista Alan Moore (responsable de los textos de Wachtmen y de V de Vendetta, entre otros). Hasta el presente esta obra se publicó en Estados Unidos durante el período comprendido entre enero de 1989 y marzo de 1996, y luego se recopiló en diez tomos. El primero, Preludios y nocturnos, narra como Sandman, también llamado Sueño, estuvo prisionero setenta años y es uno de los hermanos que conforman los Eternos. Aquí aparece toda una cosmogonía de mundos paralelos con monstruos, brujas, fantasmas que conducen a situaciones impresionantes a la vez que representan un mundo encantado. Los diez tomos abarcan todos los números de la saga, y el arte de Dave Mc Kean se destaca en sus cubiertas, que suelen comprender una figura central con transparencias y veladuras. Esa pintura está rodeada de estantes y cubículos que portan objetos variados (páginas escritas, hojas de plantas, manos, portalápices, huevos de piedra). De los dibujos de historieta participaron Sam Kieth y Mike Dringenberg (co-creadores de la serie) y Malcolm Jones III, mientras el color estuvo a cargo de Robbie Busch. Abundan cuadritos multiformes, paisajes a doble página y colores restallantes que generan un torbellino de extrañas imágenes. The Sandman registra un paisaje onírico propio de un cuento de hadas en el marco de una historia de terror.


Esa imaginación desorbitada se repite en el libro El océano al final del camino, narrado en primera persona por un chico de apenas siete años, que además de leer revistas de historietas frecuenta a clásicos como los ya citados Lewis Carroll y C.S. Lewis. Este último es el escritor de literatura infantil que más inspiró la estética de Neil Gaiman. Así, el protagonista se pregunta “¿Por qué a los adultos no les gustaba leer las historias que hablaban de Narnia, de islas secretas, contrabandistas y peligrosos duendes?” / “Los adultos siguen caminos. Los niños exploran”, y parece sumergirse en un hechizo a partir de dos sucesos iniciales que provocan un caos: un minero sudafricano se suicida en el auto de la familia y ésta contrata a la bella Ursula Monkten como ama de llaves, la que en el fondo es una criatura ligada a universos sobrenaturales que se superponen al nuestro. El pequeño le tiene miedo a Ursula y descubre el sexo al ver que su padre es seducido por ella.


El autor despliega un universo de ensueño, inocente e infantil,  y al mismo tiempo diabólico y monstruoso, habitado por criaturas quiméricas, en donde un océano puede caber en un  balde de agua. En realidad se trata de un multiverso mágico, donde tanto las sombras como el viento actúan como seres vivientes. El autor se aprovecha de las dudas que abriga la Física acerca de la composición de la mayor parte del cosmos para impregnar a éste con su fantasía. Y sugiere –dado que al chico se le alojó “un agujero en el corazón. Tienes dentro tuyo una puerta que conduce a otro mundo más allá del que tú conoces.”- que esa comunicación se realiza a través de los  agujeros de gusano (especulación científica sobre el espacio tiempo). Y el pequeño medita: “…que daba lugar a diversas dimensiones que se plegaban como figuras de origami y florecían como extrañas orquídeas, y que marcaría la última época buena antes de que se acabara todo y llegara el siguiente Big Bang…


La prodigiosa prosa de Gaiman motiva que la lectura de la novela sea placentera y cautivante: la traducción de Mónica Faerna, profesional y superlativa, resulta una gran ayuda. Esa escritura pausada, puntillosa y poética está colmada de maravillosas imágenes (“El trueno gruñía y retumbaba en un rugido constante y monótono, como un león al que estuvieran haciendo enojar, y los relámpagos fulguraban y parpadeaban como un fluorescente estropeado. “/ “…y me puse a pensar, sin darme cuenta, en los santos locos de la historia antigua, los que iban a pescar la luna en un lago, con redes, convencidos de que el reflejo en el agua era más fácil de atrapar que el globo suspendido en el cielo.”) Su punto de vista es sumamente visual, hasta cinematográfico, y evoca los mejores filmes de Tim Burton y Wes Anderson.

Neil Gadman ganó los premios Hugo, Nébula, Locus, Howard Philips Lovecraft y Bram Stoker. Por El océano al final del camino obtuvo el Nacional Book Award a Libro del Año en Gran Bretaña.



Germán Cáceres

jueves, 17 de abril de 2014

Los 90, un vacío no tan vacío (segunda parte)

Análisis resumido de una década que marcó un quiebre
Con el transcurrir de los años se ha impuesto una imagen de la historieta en los  90 que indica que su característica fue el vacío, la nada. Antes bien, lo apropiado sería señalarla como una etapa de desconcierto y de profundos cambios.

También durante ese tiempo se consolidó Comiqueando, medio periodístico especializado en la crítica y estudio sobre la historieta. Se orientó a guiar al lector principalmente respecto de la presencia de los por entonces nuevos productos dominantes en el mercado local de historietas: superhéroes y manga. La revista también le brindó un espacio en sus páginas a historietas de autores nacionales y hacia fines de la década el sello Comiqueando press editó comic books tales como Bruno Helmet, la serie Caballero Rojo – superhéroe de factura nacional- o La noche del Apocalipsis, entre otros. 


En cuanto al humor gráfico, a principios de la década hubo un intento de reeditar la revista cordobesa Hortensia. Salieron algunos números, dejando de lado su tradicional formato tabloide, imprimiéndole un diseño gráfico moderno. Presentaba, como siempre, un material sobresaliente.


Le Chisté fue una revista de corta vida dirigida por Tute, el hijo de Caloi. Participaron los grandes nombres del humor gráfico de la época.

La murga, de la que también aparecieron pocos números, fue editada a todo color, integrada por muchos de los principales humoristas gráficos que se destacaron en La Urraca. En gran medida funcionó como un desprendimiento de Humor, ya que seguía una línea que se le asemejaba.


Algunas editoriales nacionales, que hasta entonces no se dedicaban a las historietas, como “Perfil”, comenzaron a publicar comics books de superhéroes. Fue entonces cuando se quebró una tradición: desde la década del 40, las historietas de producción local habían dominado el mercado nacional. Pero también cambió el lector, ya que el principal consumidor pasó a ser el adolescente, cuyos gustos se orientaban hacia los superhéroes, el manga y el animé (cine de animación japonés).
En plan de adaptarse a los nuevos tiempos, fueron muchos los que adoptaron el formato comic book, que sería dominante durante la segunda mitad de la década. Recurrieron a él editoras nuevas y tradicionales, tal es el caso de Columba. Una modalidad que ya se utilizaba desde los años 80, el del álbum europeo (48 o más páginas, en tamaño mediano o grande), mantuvo su vigencia. El de revista mensual antológica fue cayendo en desuso, hasta desaparecer.


Y durante esa década comenzó a asomar algo que se visualizaría a nivel nacional con el comienzo del nuevo siglo: editoriales de historietas del interior del país. Tal es el caso de revistas de Chubut, Río Negro, Neuquén y Santa Cruz, que se unirían para conformar “El espejo de los dibujantes del sur”. Dieron lugar a una movida que agrupó a unos sesenta autores.


Se ha hablado y escrito mucho acerca del “vacío” de los 90, pero como se ve ese vacío no fue tal. A lo largo de la década, en los quioscos de revistas el lector podía acceder mensualmente a varios títulos en forma simultánea, ya sea de las propuestas tradicionales como de los nuevos emprendimientos. Fue una década de cambios, de progresiva extinción de lo que era una industria, de la migración masiva de los profesionales notables hacia el exterior, de la aparición de nuevas formas temáticas y estéticas en la historieta argentina, de la adopción de formatos poco utilizados hasta ese momento, y del alejamiento del lector no específico de historietas. Es decir, lo que existió fue desconcierto, reacomodamientos, disolución, fragmentación y dispersión.


La Urraca creó a un lector muy especializado, que seguía a autores, estéticas, temáticas o tendencias gráficas determinados. Un lector que previamente se había iniciado leyendo una historieta más tradicional, pero que al desaparecer La Urraca, no pudo o ya no quiso regresar a lo que para entonces representaba las formas de sus viejas lecturas. Como así tampoco incorporó las nuevas propuestas influenciadas por material extranjero, más orientado a un lector adolescente. En la medida que desaparecieron las revistas de La Urraca que funcionaban como espacios de aglutinamiento y agrupaban las nuevas inquietudes, se dio una profunda dispersión. Esto se reflejó en la aparición de pequeñas publicaciones que intentaron continuar alguna o varias de las directrices que supo canalizar. Los resultados parecen indicar que funcionaban en la medida que se las publicaba en conjunto y acompañadas de otras ideas gráficas para que resultaran rentables.


El lector de historietas tradicionales, ya sean de humor o aventuras, se mantuvo fiel a ese tipo de lecturas y con la extinción de esas propuestas, simplemente dejó de comprar historietas. Este era el lector mayoritario, el que sostenía lo que era una industria. 
Los proyectos más logrados fueron aquellos que, o bien entraron en sintonía con la época o arribaron a una personalidad propia, diferenciada, despegándose de los títulos tradicionales de las grandes editoriales o las revistas de mayor influencia. Nada fácil fue despegarse de Fierro, “la” revista de los años 80. Quedaría suspendida en la memoria de los lectores como una especie de mito, hasta su regreso durante el nuevo siglo, por intermedio de otra ruta editorial. 
De los títulos que contaron con mayor peso propio se puede citar al antihéroe Cazador, el comic book de la heroína Cyber Six, la revista experimental Lápiz Japonés y la revista Ultra.


En el camino, se podría conjeturar que debido a las sucesivas y feroces crisis económicas y sociales, la población fue perdiendo la capacidad adquisitiva y la costumbre de leer historietas. O bien dejó de interesarle lo que se le ofrecía. Por su parte, los nuevos lectores, adolescentes, comenzaron a consumir en su mayor parte historietas de origen extranjero. Desde entonces, todo fue distinto. Ya no hubo editores o editoriales con producción propia de tal peso que impusieran su sello, que marcaran senderos, que mantuvieran vivo un mercado, que para existir necesita de cierta masividad en las ventas.


Corrección de estilo: Germán Cáceres

Un compilado de publicaciones de los años 90.

martes, 15 de abril de 2014

Presentación de ¡Facundo! de José Massaroli en la Biblioteca Nacional


Felipe Avila, Frank Szilagyi, Massaroli



El autor junto a Tito Spataro, Pablo Rafecas y Germán Cáceres



Massaroli junto a los dibujantes Frank Szilagyi y Alberto Caliva


Sorteando dibujos entre los asistentes

Massaroli junto al ganador de uno de los dibujos que se sorteó durante el evento.


viernes, 11 de abril de 2014

Entrevista: Rodolfo Fucile

Rodolfo Fucile es ilustrador y dibujante de amplia trayectoria que colaboró con medios gráficos como Clarín, La Nación, Caras y Caretas, Orsai, Brando, First, Cinemanía, Beglam, La mujer de mi vida y Mavirock.  Como así también Ilustró libros de destacadas editoriales e storyboards e ilustraciones para diversas agencias de publicidad. Publicó los libros Artistas irrelevantes (2008), Vicios y virtudes del Carnicero (2010), El Supervisor (2012) y Fuera de Serie (2013).


- ¿Desde cuándo dibujás y qué te motivó a dibujar?
Empecé a dibujar de chico, como todos, pero nunca dejé de hacerlo (no soy muy original en esto). Me acuerdo de que armaba revistas de fútbol con dibujos y reseñas de partidos imaginarios. También me gustaba la caricatura. En algún momento ese pasatiempo se transformó en una vocación y empezó a ocupar un espacio más importante. Hoy en día el dibujo es mi trabajo, mi canal de expresión y sigue siendo un espacio de juego.


- ¿Cuándo y dónde comenzaste a publicar?
Creo que las primeras ilustraciones editoriales me las encargó Longseller, cuando tenía 19 o 20 años más o menos. En esa época yo hacía de todo un poco: algo de diseño con ilustraciones, retratos para particulares, carteles, remeras, de todo. O sea, ya venía ganando unos pesos con el dibujo y de a poco me iban saliendo trabajos de ilustración. En aquel momento empecé a ilustrar manuales y libros de Santillana y Estrada, y también hice varios storyboards publicitarios. Las publicaciones en diarios y revistas llegaron después, cuando ya hacía tiempo que vivía de esto.

- En tu obra se aprecia una impronta caricaturesca en la forma de retratar los personajes, y mucho contacto con la realidad presente y pasada a través de los temas urbanos que abordás, del día a día. Es algo buscado o se podría decir que sale solo?
La impronta caricaturesca surge de una manera de interpretar lo que veo, pero no es algo premeditado o planificado. Digamos que me sale así y lo dejo porque me gusta. De hecho, cuando me toca dibujar algo que requiere un canon más realista tengo que controlar más el dibujo, para que no me queden las cabezas grandes o los gestos exacerbados. Lo de la temática urbana, en cambio, tiene un poco de las dos cosas. No la busco pero siempre me encuentro con ella. No digo “voy a hacer una serie de personajes urbanos con estas características”, pero lo cierto es que me siento en un bar y ya estoy dibujando un perfil o estudiando el movimiento del mozo. Lo mismo me pasa cuando voy caminando o estoy en un lugar donde no puedo dibujar: mentalmente dibujo lo que me rodea, me cuelgo mirando un gesto o una forma cualquiera. Todo eso, aunque quiera impedirlo, se cuela en mis trabajos y yo lo dejo pasar.

- En tu linea de dibujo, aunque con rasgos muy personales, también se aprecia un gran contacto con una línea gráfica de impronta netamente argentina, relacionada con la ilustración editorial. Lo encuadraría en una corriente que estarían Scafatti, Sábat, Nine, Cardo, entre otros, o las que publicaban revistas como El Péndulo y tantas otras de La Urraca. ¿Te parece que es así?
Que asocies mis trabajo con el de esos tipos ya es un elogio, así que te agradezco. Nunca los vi como parte de una misma corriente, pero es cierto que tienen puntos de contacto. En principio, son dibujantes que desarrollaron su obra en el campo de la ilustración, pero que se han nutrido mirando a los viejos maestros del dibujo y la pintura (digamos de las “bellas artes”). En ese aspecto me siento bastante identificado. Scafati, en particular, fue mi principal influencia durante una etapa. Siempre me atrajo su línea suelta y por momentos violenta, que contiene algo de Alonso y de Szalay, pero bien enredada en la trama urbana y en universos literarios que también me fascinan, como el de Kafka. Además, su forma de encarar el oficio y la claridad de sus reflexiones lo convirtieron en una especie de gurú (al menos así lo veo y creo que lo ven muchos dibujantes de mi generación). Lo mismo pasa con Nine, a quien pude conocer en la ADA hace varios años. El corto tiempo que lo traté fue muy importante para mí. Hay consejos suyos sobre la línea, la composición, etc. que me vuelven todo el tiempo; quizá fueron frases que tiró al pasar pero me quedaron picando y con el tiempo creo que las voy comprendiendo. Por ahí estoy dibujando, medio trabado o disconforme con algo, y se me aparece la voz de Nine, o de Scafati, marcándome algo o cagándome a pedos. También se me aparecen otros con los que por supuesto jamás hablé, como Toulouse-Lautrec, Daumier, Goya... A veces se pelean (la soledad del tablero es peligrosa).


- En tus trabajos personales, los que hacés por gusto ¿por dónde pasa la búsqueda tanto en lo gráfico como en los temático?
Como regla general evito cualquier condicionamiento que pueda quitarme las ganas de dibujar. Si el proyecto se me convierte en una obligación, ya no tiene sentido. O sea que la búsqueda varía de acuerdo al momento, al estado de ánimo, etc. Últimamente, para contrarrestar un poco el trabajo de ilustrador, estoy trabajando sin pautas temáticas. O sea, agarro la pluma o lo que tenga a mano y garabateo, combino formas, hasta que aparece algo reconocible. Sobre esa base, empiezo ya más concientemente a definir la imagen, pero siempre dejando una puerta abierta para la improvisación. Muchas veces el resultado es un mamarracho pero otras veces quedan cosas que me gustan y terminan en una serie o incluso en un cuento, como fue El Supervisor. En este caso, partí de dos imágenes donde había logrado un clima y me encontré con un argumento latente que necesitaba desarrollar; entonces la búsqueda tuvo que ver con la fusión del dibujo y el texto, que es otra de mis obsesiones: cómo hacer dialogar esas dos capas de sentido, sin que una se coma a la otra.



- ¿Qué técnicas son las que más empleas y por qué?
Uso de todo un poco: tinta, lápiz, acrílico, microfibras, birome… no soy purista ni exigente con los materiales. A veces es la técnica la que define el clima del dibujo, y otras veces es el tema que me inclina por un material determinado. En general percibo la forma y el contraste antes que el color. Puedo estar un rato hablando con alguien y después no recordar qué color de ojos o de ropa tenía, pero sí la forma de la nariz o la postura corporal. De algún modo es una deformación visual, pero bueno, es mi tendencia, entonces cuando dibujo elijo técnicas que me ayuden a reproducir esa manera de ver.


- Trabajás/te para muchos medios periodísticos ¿básicamente en qué consiste el trabajo?
Depende mucho de la nota o el tema a ilustrar. No es lo mismo un artículo sobre moda que otro donde entran en juego posturas ideológicas donde, si uno no coincide con la línea editorial, tiene que ingeniárselas para opinar sin ir al choque. Pero son pocos los casos conflictivos. Por mi parte, trato de tomar el tema como disparador para experimentar o comunicar algo. Algunas veces acompaño el texto con una metáfora visual, otras intento crear un clima o una pequeña ficción que complete o extienda el sentido. No puedo hacerme cargo del contexto en que se publica la imagen, pero me interesa que esa imagen me identifique y pueda formar parte de mi portfolio. Muchas veces lo consigo.

- ¿Cuántos libros tenés publicados y en qué consiste cada uno?
Más allá de los que ilustré, publiqué cuatro libros que son proyectos propios. El primero fue Artistas irrelevantes (2008), que es una recopilación de relatos ilustrados sobre personajes que no aportaron nada a la Historia del Arte. Son biografías falsas, en clave humorística, donde se mezclan las reseñas culturales con recordatorios y expedientes judiciales. En 2010 hice un libro artesanal que se llamó Vicios y Virtudes del Carnicero. Es una serie de dibujos y grabados “surrealistas” sobre un carnicero. Está agotado pero hay una edición PDF gratuita. En 2012 publiqué El Supervisor, que es el cuento que mencioné antes. Narra la historia de tres empleados de una oficina estatal que practican un juego secreto, hasta que son descubiertos y se les viene la noche. Y hace poco salió Fuera de Serie, que es una antología de dibujos en blanco y negro. En el prólogo cuento la historia del libro, pero básicamente son imágenes que nacieron como vía de escape a mi método de trabajo. Los tres últimos títulos se pueden bajar gratis desde mi sitio: www.rodolfofucile.com.ar/descargas


- ¿Cómo se lo puede conseguir?
En este momento, Artistas irrelevantes es el único que se vende en varias librerías y comiquerías. Los otros, al ser tiradas cortas, se consiguen por venta directa y en algunos eventos. Los más práctico es que los interesados entren a la sección Ediciones de mi web o me escriban a info@rodolfofucile.com.ar

- ¿ Cómo ves al mercado editorial hoy en día?

Me resulta difícil evaluarlo en general. Desde mi lugar de “freelance” lo veo mal. Creo que el trabajo del ilustrador está muy precarizado y esa situación se acentúa cada vez más. Las tarifas no aumentan al ritmo del costo de vida. Por otra parte, en el mercado del libro son pocas las editoriales que reconocen los derechos de autor del ilustrador y, cuando los pagan, los “adelantos” son bajos con relación al trabajo que lleva lustrar un libro. Además, hay una gran concentración editorial y pocos espacios donde trabajar. O sea que son pocos los dibujantes que viven íntegramente de sus colaboraciones en medios o de los libros. La mayoría debe moverse por otros terrenos para completar un ingreso, si es que puede. De hecho yo no tengo una estabilidad en el campo editorial y vivo en gran parte de la ilustración publicitaria. Si uno entra en grupos o foros de internet, seguro va a encontrar colegas con experiencia que no tienen trabajo, y muchos otros dispuestos a trabajar por precios ridículos o a hacer pruebas gratis, buscando una “oportunidad” (y no hablo de adolescentes sino de gente que supera los treinta años y aún no pudo insertarse). En este contexto, lo positivo es que todo el tiempo surgen autoediciones y pequeños emprendimientos con mayor apertura estética y temática, pero en estos casos los que trabajan no ganan plata o ganan tan poca que sería pretencioso hablar de “mercado” editorial (en todo caso se trata de un mercado donde sólo hacen negocio algunos eslabones de la cadena). En resumen, no vislumbro un panorama alentador pero ojalá me equivoque… 

martes, 8 de abril de 2014

Los 90, un vacío no tan vacío (primera parte)

Análisis resumido de una década que marcó un quiebre

Con el transcurrir de los años se ha impuesto una imagen de la historieta en los  90 que indica que su característica fue el vacío, la nada. Antes bien, lo apropiado sería señalarla como una etapa de desconcierto y de profundos cambios.
Hasta la segunda mitad de esa década existieron tres grandes editoriales que marcaron los rumbos de la historieta argentina: Columba, Record y La Urraca. Un poco más atrás les seguía los pasos El Globo editor, del guionista Carlos Trillo.
Hasta principios de los 80 los límites estaban muy claros. La historieta “seria” era de aventuras clásicas, caracterizada por un dibujo de estilo realista y temáticas que giraban en torno a géneros específicos. Por su parte, el humor gráfico se permitía una mayor libertad en cuanto a argumentos y estéticas. Desde mediados de los años 40 la historieta dominante en el país era la de producción propia.

Revistas de La Urraca en los años 70 y 80.
La editorial La Urraca modificó los límites a través de sus revistas Humor, Chaupinela –su antecedente-, El Péndulo, Superhumor, Humi, Fierro, País Caníbal, Sex Humor, Hora Cero (nueva época), Raf, etc. Los corrió, los desdibujó, introduciendo en el país las llamadas historietas de “autor”, la under, la experimental y las extranjeras de vanguardia (principalmente europeas). Si algo caracterizó a las publicaciones de la editorial, fue ser innovadora en todo sentido y presentar material de gran calidad. Tan fundamental fue su huella en el lapso que va de la segunda mitad de los 70 a principios de los 90, tanto moldeó el gusto de los lectores y autores que surgieron entonces, que después nada fue lo mismo.  Con la progresiva extinción de La Urraca durante ese período, debido a la baja en las ventas y los numerosos juicios a los que debió hacer frente –en particular del gobierno menemista-, aquellos que eran sus lectores quedaron huérfanos con su cierre definitivo.
Revistas de La Urraca en los 80 y 90.

Si bien en un determinado momento de esa época Columba (El Tony, D`Artagnan, Nippur Magnum, Fantasía, Intervalo, etc.), intentó captar parte de los lectores de La Urraca y de Record, sumando a sus filas colaboradores de ambas editoriales, no lo logró y en cambio perdió una parte importante de los propios. Pese a ello, durante ciertos tramos de aquella década su material mostraba un importante repunte en la excelencia con una propuesta más acorde a los nuevos tiempos. Pero parte de esa innovación se motivó en que se estaban adaptando a los gustos del lector italiano, país en el que revendían su producción. Tras esa etapa nuevamente modificaron el rumbo para dedicarse con exclusividad a la reedición de sus personajes y series de éxito, material en algunos casos de varias décadas atrás. Hasta 2001 la editorial siguió presente con las reediciones, en el formato comic book norteamericano (revistas de 32 páginas). Les funcionó, pero la crisis económica y manejos empresariales errados provocaron que Columba cerrara para siempre.
Tapas de revistas de Columba en los 90.

Tapas de los títulos que publicaba Columba en formato comic book, antes de su cierre

Por su parte, editorial Record (Skorpio, Pif Paf, Corto Maltés, Tit Bits, Skorpio extra, Gunga Din, El Tajo, Fénix, etc.), que en su momento había probado sin suerte competirle con El Tajo a Fierro de La Urraca, también publicaba material valioso a través de Skorpio. Desde principios de los 90 esa revista había sumado a sus filas nuevos colaboradores, tanto periodistas como guionistas y dibujantes, imprimiéndole a su propuesta aires renovados. Perfección y originalidad fueron sus características, pero sin alejarse de una estética realista. Pese a ello, el declive económico del país y por lo tanto del poder adquisitivo de la población, sumado a la imposibilidad de revender material al exterior sin pagarle a los autores por esa operación (como sucedía antes) y así obtener fondos extras, concluyeron en el cierre.
Tapas de revistas de Record en los 70 y 80.

Tapas de revistas de Record en los 90.

El Globo editor fue creado por Carlos Trillo para canalizar en el país la producción que realizaba para el exterior a través de las revistas Puertitas (y sus variantes Sexy y Terror), La Risa o el comic book Cyber Six. En gran medida funcionó como un complemento de las publicaciones tradicionales. Pese a que nunca llegó a imponerse como una editorial fuerte, aportó algunas sagas de éxito, como Fulú, con dibujos de Eduardo Risso, y, en particular, Cyber Six, con arte de Meglia. Serie, esta última, de la que filmaron varios episodios para la televisión. La repercusión que no obtuvo en el país debido a los profundos cambios sociales, la consiguió en Italia. Aunque nunca le fue del todo mal en las ventas, el propio Trillo reconoció públicamente que hacia 1994, año en que cerró, apenas cubrían los costos. Hacia 1995 el sello se mantuvo, pero asociado al de Meridiana, nombre con el cual publicaron algunos números de una revista. Hasta fines de la década editaron historietas nacionales y extranjeras en formato comic book. En cierto modo fue como una continuación acotada de El Globo Editor.

De los años 90.


Hubo intentos de reflotar o continuar las fórmulas de La Urraca, de Record y de Columba, a través de revistas que tuvieron mayor o menor suerte.
La Urraca editó País Caníbal, con los referentes de las nuevas líneas surgidas en Fierro, pero no contó con el apoyo de los lectores y el proyecto se agotó en el tercer número.


La Parda fue una revista independiente en la que se destacaban algunos de los nuevos valores surgidos en Fierro, cuyos estilos estaban mayormente a mitad de camino entre el dibujo realista y las tendencias experimentales. Poseía personalidad, con material de buen nivel, cuyo punto flojo lo representaban las notas y páginas a color mal impresas. 


De la revista Suélteme aparecieron cinco números discontinuados entre 1995 y 1999, en los cuales se publicaban varios de los referentes de las nuevas orientaciones aparecidas en Fierro. En cierto modo era una buena versión ampliada del suplemento Óxido, de esta última.


La revista Cóctel tuvo dos etapas bien definidas: en la primera dominaba una estética profesional cuidada, que transmitía imagen de excelencia, y la segunda se percibía más caótica y transgresora. Sus contenidos fueron una mezcla de diversas estéticas, géneros y temáticas: planteos experimentales, manga, under, historieta clásica, superhéroes, humor, etc.


Lápiz Japonés, ideada por Sergio Langer, Ralveroni, Bianchi y Kern como una revista-libro-objeto de arte de 200 páginas, agrupó a talentos consagrados y emergentes del momento. Con una propuesta muy profesional, de altísimo nivel, se caracterizó por una estética de vanguardia e irreverente (anunciado desde el título). Se podría decir que en el país representó el punto máximo alcanzado por los nuevos movimientos en cuanto a cantidad, calidad y amplitud de propuestas. En ese sentido aún no ha sido superada y en la historia argentina del género quedará como “LA” revista experimental.

King Comics”, editada en 1994 por Roger King producciones, con 48 páginas a todo color, fue un intento de continuar las historietas de corte tradicional.  Su staff lo integraban autores de extensa trayectoria que formaban parte de Skorpio.


Otra de aquellas revistas antológicas fue “Puño Fuerte”, que adoptó el nombre de una publicación de gran renombre décadas atrás.  El primer número apareció en diciembre de 1996, con 64 páginas impresas a todo color en papel ilustración. Continuaba las líneas de Record y Columba, con notables profesionales de ambas editoriales. Un aspecto poco positivo fue que los textos de las historietas estaban realizados con una tipografía tipo máquina de escribir, con lo cual se transmitía una imagen fría e impersonal.



De la revista “Hacha” aparecieron unos pocos números entre 1997 y 2000 a los que se suman algunas ediciones especiales. La integraban autores profesionales en la línea de Record, con una propuesta de alto nivel.

De El Tripero se editaron sólo algunos números, básicamente adscripta a una corriente de experimentación. Integrada por los alumnos del taller de Alberto Breccia, el material mostraba una evidente influencia del maestro.

Otro editora de fines de los 90 fue Comic Press, con títulos publicados en formato comic book, como El Eternauta odio cósmico, historia que en su momento causó cierto revuelo por considerársela “pirata; El ojo Blindado –de enorme calidad gráfica-; Zonda; Mark 2 (personaje este creado en Editorial Columba); El reino de los dioses, entre otros. También, desde esta editora, en 1998 hicieron un intento de reflotar Skorpio.

Algunos títulos de Comic Press, entre ellos la reedición de Skorpio.

Asimismo, una nueva generación de autores comenzó a asomar por todo el país a través de numerosos fanzines, que constituyeron la segunda oleada después de la del los 80.
Una revista impresa en formato pequeño, a todo color y orientada a un lector joven, sobresalió a fines de los 90: Ultra. Mediante una propuesta donde prevalecía la excelencia, con una gráfica y guiones modernos, logró gran aceptación, pero la crisis económica truncó el proyecto. Su propuesta fue innovadora y parte de su material la trascendió, publicándose en el exterior o compilándose en libro con la llegada del nuevo siglo. 



El gran éxito de la década fue la historieta “Cazador”, editada en comic book a cargo de La Urraca y orientada a un lector joven, con una tirada de alcance masivo. Tal vez entre sus principales características, las que le hicieron ganar el favor de los lectores, fue la transgresión, la violencia excesiva, parodias llevadas a extremos grotescos y un humor chabacano. Reflejaba una sociedad decadente, violenta y corrupta. En cierto modo funcionó como un espejo con el que identificarse y, a la vez, como catalizador del descontento y desconcierto que se vivía por los profundos cambios sociales.  


La próxima semana la segunda parte con las conclusiones.