Por Gustavo Bernstein
El policial puede pensarse también como una erótica criminal.
Así, al menos, lo explicita el título del último libro de Germán Cáceres: Por amor al crimen (Moglia ediciones),
volumen de relatos que oscilan entre el thriller
y el noir para ofrecernos un
variopinto paisaje de delitos que se despliegan a la vez como un fresco de la
violencia cotidiana en la metrópoli contemporánea.
Autor de una vasta obra que incursiona en diversos
géneros literarios: cuentos, novelas, la dramaturgia, las ficciones infantiles
y juveniles y una copiosa ensayística que motivó el Premio Eduardo Mallea de la
Secretaría de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, Cáceres fue también
galardonado en Bulgaria con el título de Gran Maestro del Relato Policial,
oficio en el que reincide en este nuevo compendio de cuentos sobre el que tuvo
la gentileza de dialogar.
–¿Cómo comenzó tu acercamiento al género y cómo derivó
en esta compilación?
–Leí un reportaje que le hicieron a García Márquez, en
el cual él afirmaba que las cosas valiosas de su vida y que influyeron en sus
libros las tuvo aproximadamente hasta los ocho años: luego no le ocurrió nada
importante. Yo, en cambio, a esa edad tuve vivencias significativas: leía
muchas revistas de historietas que traían como protagonistas a detectives de la
talla de Vito Nervio, Dick Tracy y Rip Kirby. Unos pocos años más tarde comencé
a devorar folletines policiales. Mi entusiasmo fue tal que ambicionaba ser
detective privado cuando fuera adulto.
Dick Tracy
–¿Quiénes son tus referentes del género?
–Los grandes de la novela negra: Raymond Chandler,
Dashiell Hammett y Ross Macdonald. Estos autores describen una sociedad
violenta que ha naturalizado el crimen. Además, también los policías, jueces,
empresarios y políticos integraban la trama delictiva. De los tres, mi favorito
es Macdonald por su aproximación psicológica a los personajes, sobre todo el
buceo introspectivo que realiza su detective Lew Archer.
–¿Cuáles son, a tu entender, las premisas de un buen
relato policial?
–Nada menos que ser atrapante. El suspenso es necesario
no tanto para descubrir quién fue el culpable, sino para mantener pendiente al
lector del desarrollo de la trama, la cual debe ser original. Aclaro que el
género fue enriqueciéndose prestando atención no solo a la personalidad del
héroe, sino también indagando sobre el ámbito en el cual actúa.
–Tu libro se divide en cinco acápites: Los
cinéfilos, Instantáneas, Aparecidos, Secretos de la plástica y Bonus Track. ¿Qué
singularidades conceptuales o temáticas te llevaron a reunirlos de ese modo?
–En principio los utilicé como un paratexto para realzar
el libro. Respecto a las temáticas, en los cuentos que integran Los cinéfilos está presente el cine.
Como padezco de cierta cinefilia, no fue casual que imaginara esas historias. Instantáneas me pareció un título
apropiado por la brevedad de los cuentos que lo integran. Aparecidos responde a que son relatos plagado de fantasmas – una cuestión
que me fascinó y asustó de chico– o incursionan en la literatura fantástica.
Aunque me encanta la pintura, Secretos de
la plástica obedece al hecho de que a través de este bello arte están parapetadas
organizaciones criminales que trafican con las obras. Un ejemplo es el
implacable Ripley, protagonista de varias novelas de Patricia Highsmith. En
cuanto a los demás cuentos, aunque solo algunos rozan el género policial, no
quería que permanecieran inéditos. Entonces los agrupé con el título de Bonus Track, que se emplea para
denominar la música adicional que se agrega a un álbum que se reedita.
–En algunos relatos aparecen situaciones sobrenaturales o
de ciencia ficción; en otros se abunda en viñetas humorísticas o en el
entramado de un crimen impune, todo lo cual parece alejarlos de la estructura
clásica o pura del género: investigación detectivesca, pistas del crimen y
resolución del enigma. ¿Cómo concebís estos cruces y derivaciones?
–Justamente Chandler, Hammett y Macdonald se alejan –por
su atención y acento puesto en el tema social– de la novela enigma, a la que
también se la puede llamar whodunit. Además,
no debe olvidarse que John Connolly, uno de los más prestigiosos escritores de
la actualidad, introduce en sus tramas policiales elementos sobrenaturales.
–Los cuentos tienen un estilo llano, vertiginoso. No se
detiene en ociosos menesteres ni se regodea en descripciones manieristas, sino
que va al hueso de la acción. ¿Coincidís con la premisa arlteana del cross a la
mandíbula?
–Si bien coincido con Arlt, como también con otras
premisas que ilustran su concepción narrativa, en mi caso me guía la intención
de que el relato sea ágil, con ritmo. Tal vez me deformó mi asiduidad al cine
de acción.
–O al comic, porque muchos relatos se estructuran a
partir de una concatenación de cuadros o escenas, como si la base de la
estrategia narrativa proviniera de la historieta o como si hubiera un story
board original que adquiere forma literaria. ¿Transpolás
deliberadamente esas técnicas?
–No es premeditado, pero como leí (y leo) historietas
porque escribo ensayos sobre este llamado noveno arte, tal vez he asimilado sus
procedimientos para mantener el interés del lector. Tuve muchas conversaciones
con el gran guionista Ricardo Barreiro, así que seguramente asimilé no pocas de
sus estrategias.
Ricardo Barreiro
–En el volumen hay además un marcado color local, una
decidida atmósfera porteña, como si el relato policial te sirviera, más allá
del problema y su resolución, para retratar una idiosincrasia. ¿Qué atributos
le confiere al género una ciudad como Buenos Aires?
–Entiendo que el escritor debe ubicar la acción en
escenarios que conoce para que sus textos posean verosimilitud. Y salvo Buenos
Aires, donde resido, apenas recorrí otros lugares del país y del exterior, tan
solo fueron fruto de viajes y de vacaciones.
–Si tuvieras que definir tu marca de autor o tus aportes
personales al policial, ¿qué destacarías?
–Entiendo que eso lo tienen que señalar los lectores, no
yo. Hago mía la frase del gran director de cine Leopoldo Torre Nilsson: los
autores somos los peores defensores de nuestras obras, en el fondo no las conocemos.
Sin embargo, algo me siento obligado a decir: intento construir una buena
historia, que interese y enganche.
Riverito, de Barreiro - Dose
–¿Estás trabajando en algún nuevo proyecto?
–Estoy pasando por una suerte de nebulosa. Deseo escribir
algo nuevo y distinto pero no sé por dónde
empezar. En un principio quise aventurarme en un ensayo sobre la obra de Ross Macdonald,
para lo cual tendría que volver a leer todos sus libros. Pero después pensé que
así podría malograr el grato recuerdo juvenil que tengo de su narrativa. Ha
pasado mucho tiempo y hay nuevos escritores con propuestas renovadoras, como
Henning Mankell, Benjamin Black, Manuel Vázquez Montalbán, Andrea Camilleri, Petros
Márkaris, Arnaldur Indridason, Pierre Lemaitre y la inmensa lista sigue, sobre
todo con argentinos como José Pablo Feinmann, Guillermo Martínez, Claudia Piñeiro
y muchos otros. Posiblemente dañe no solo la imagen idealizada que tengo de
aquellas lecturas, sino también la del mismo Macdonald. Después pensé en no
leerlas e inventar una aventura de Lew Archer en Buenos Aires, con el recuerdo
–tal vez irreal– que tengo de él. Pero tampoco me convenció. Veremos, espero
que algún hecho o lectura me despierte alguna musa.