"Testimonio
de Germán Cáceres que figura en el libro "Con las historietas se come, se
cura y se educa/ Revistas argentinas 1983-1993", de Julio Neveleff (Mar
del Plata, Editorial de la Universidad Nacional de Mar del Plata,
2014, 228 páginas).
En general se
analiza la historieta en base a las obras y a sus creadores, lo cual resulta
irreprochable.
Pero hacer
hincapié en las revistas de historietas resulta enriquecedor. Ayuda a
comprender el género, dado que muchas de esas publicaciones –como las que se
exhiben en esta muestra- posibilitaron la concreción de tendencias y estilos.
Títulos de editorial Record |
Respecto a
dividir la producción en décadas, en principio las revistas no pueden
enmarcarse rígidamente en períodos, pues provienen de años anteriores y, a la
vez, se proyectan hacia el futuro. Un excelente ejemplo lo brinda el ilustre historiador
Eric Hobsbawm, para quien el siglo XX comenzó en 1914, con el inicio de la Primera Guerra Mundial, y concluyó
en 1991, con la caída de la Unión Soviética.
En nuestro propio país y en el ámbito que nos convoca, Julio Neveleff -en
oportunidad de la reciente designación de Robin Wood como ciudadano ilustre de
la cultura por parte de la
Legislatura de la
Ciudad de Buenos Aires-, sostuvo que la obra del prestigioso
guionista había atravesado desde su primer trabajo (de 1966) todas las décadas hasta
la actualidad.
Sin embargo, la
división en décadas constituye un instrumento útil e indispensable para el
estudio y la comprensión del género. En años anteriores surgieron varias
revistas que llegarían a su esplendor durante 1983-1993. En 1974 salió Skorpio, de Ediciones Record, que se destacó por su calidad y por contar como
estrella al Corto Maltés, de Hugo
Pratt. En ella había historietas de aventuras clásicas y realistas. Va
forjándose así el gran momento que alcanzó la década que nos ocupa y cuyo
proceso ya había empezado mucho antes, en 1957, con Hora Cero y Frontera, las
gloriosas publicaciones de Héctor Germán Oesterheld.
Revistas de Editorial Columba |
Se sabe que
desde 1928 la Editorial Columba
venía proveyendo a los lectores de múltiples revistas (El Tony, D´Artagnan, Fantasía, Intervalo, Nippur Mágnum,
diversificadas en formatos y colores) y llegó a lanzar unos dos millones de
ejemplares mensuales al mercado. Pese a que en Columba colaboraron maestros de
la talla de Domingo Mandrafina, Ernesto García Seijas, Carlos Vogt, Alberto
Salinas y Ray Collins, la editorial fue despreciada porque se consideraba que
su material era comercial y de baja calidad artística. El mismo Robin Wood recibió
severos cuestionamientos. La condena
venía de escritores y dibujantes partidarios del refinamiento estético y del
registro experimental. Sin embargo, el tipo de historieta clásica es el que hoy
triunfa y se publica en Italia pertenecen a autores que en su oportunidad trabajaron
para Columba.
Algunas páginas de series de editorial Columba |
De esta manera, se repitió el fenómeno que ocurrió con la
cinefilia de los años cincuenta y sesenta: al cine norteamericano se lo
despreciaba por su carácter mercantil y convencional, pero, con el correr de
los años, no pocos de aquellas películas europeas tan ensalzadas por su
libertad formal y su exquisitez artística envejecieron: su lenguaje y su temática
ya no interesaban a los espectadores. Curiosamente, numerosos filmes de
Hollywood resistieron el paso del tiempo y conservaron su frescura (un caso
emblemático -hay muchos otros- es el de Casta
de malditos, 1956, de Stanley Kubrick). Si bien es lícito y válido aspirar
al logro de planteos profundos y de avanzada formal, debe tenerse en cuenta el
riesgo de caer en el aislamiento y la incomprensión. Por ejemplo, aunque se
imputó de banales a sus películas, ya nadie se atrevería en poner en duda los
aportes de Alfred Hitchcock al lenguaje cinematográfico, pero el genial realizador
no valoraba sus obras con patrones estéticos, sino de acuerdo a la cantidad de
espectadores que las veían.
A partir de 1973
la última página del diario Clarín se
dedicó a publicar material nacional y terminó de consagrar, entre varias, a
figuras como Caloi, Altuna, Crist, Viuti, Bróccoli, Tabaré, Guinzburg y
Abrevaya. Un año antes, la revista Hortensia,
dirigida por Alberto Cognigni desde Córdoba, aportó toda una renovación proponiendo
una comicidad popular y picaresca que
catapultó a Roberto Fontanarrosa. También en ese mismo año salió Satiricón, dirigida por Oskar Blotta, de
vena humorística irreverente y audaz. Después de que esta revista fuera
clausurada en 1975, debutó Chaupinela,
una especie de continuación, bajo la dirección de Andrés Cascioli, creador y
editor que haría historia -a través de sus Ediciones de la Urraca- con Humor, en 1978; Superhumor, en 1980; y Fierro,
en 1984. Humor cuestionó el Proceso y
en sus valientes páginas se construyó un bastión contra la dictadura militar:
sus luminarias eran Rep, Alfredo Grondona White, Raúl Fortín, Limura, Meiji,
Maitena, Eduardo Maicas, y hay más. Superhumor
contenía notas periodísticas, historietas y humor gráfico, con
colaboradores como Juan Sasturain, Alejandro Dolina, Horacio Altuna, Enrique Breccia
(siguen los nombres) y los foráneos Claire Brétécher y J.G. Ballard.
Publicaciones de La Urraca |
Fierro, cuya dirección ejerció Juan
Sasturain, fue una verdadera revolución, uno de los puntos más altos que
alcanzó la historieta argentina. Los modelos de ese entonces eran las revistas Metal Hurlant, de origen francés, y Heavy
Metal, su versión norteamericana. Consideraban a Moebius y a Hugo Pratt
como las máximas expresiones de este noveno arte que Fierro pretendía elevar al mismo nivel de la plástica y la
literatura. Una de sus originalidades fue “Óxido”, el llamado subtemento, que
se inspiró en el underground comix y
su figura central, Robert Crumb, así como en las publicaciones italianas Linus, Alter y, especialmente, Alter
Alter.
Grandes creadores nacionales participaron en Fierro: Alberto Breccia –y sus hijos Patricia y Enrique-, Carlos
Sampayo, José Muñoz, Francisco Solano López, Juan Giménez, Ricardo Barreiro,
Sanyú, Eduardo Risso y Carlos Nine (y la lista continúa). “Óxido” fue
experimental y vanguardista, y de allí surgió uno de los más altos valores
argentinos: Max Cachimba. Sin duda, Andrés Cascioli con su labor editorial y
artística quedará en la historia como un extraordinario renovador de la
figuración gráfica, mérito que ratificó con la revista de ciencia ficción El Péndulo, que traía cuentos,
ilustraciones, artículos e historietas. Ediciones de la Urraca también se atrevió a
impulsar la revista de Cazador, una
desaforada y desprejuiciada historieta creada por Mauro Cascioli, Jorge Lucas,
Ariel Olivetti y Claudio Ramírez, que carecía de límites en cuanto a las
reiteradas escenas de violencia y de sexo.
El Globo Editor
fue responsable de la aparición de otra publicación de corta duración, Puertitas, dirigida por Carlos Trillo,
con el énfasis puesto en la claridad argumental y en el realismo gráfico. Salió
entre 1989 y 1994 y obtuvo dos hitos como Irish
Coffee y Cybersix, ambas debidas a su director y a Carlos Meglia.
Nuevos valores surgidos en Fierro |
Se puede afirmar
que la historieta argentina alcanzó su mayor fulgor en esa década de 1983-1993
–con corrimientos anuales para ambos límites, por supuesto-, durante la cual
nuestros creadores obtuvieron varios premios internacionales –entre ellos el
mítico Yellow Kid del festival de Lucca,
Italia- y colaboraron asiduamente en el exterior, sobre todo en Francia, España,
el Reino Unido e Italia.
Pero los hábitos
de consumo culturales estaban cambiando debido a la televisión, el cine,
Internet y los videos, y ninguna de las tres
editoriales (Columba, Record y La
Urraca ) pudo adaptarse a ellos. Tal vez las tres empresas fracasaron
porque la transformación del público y del mercado era absoluta, pero tampoco debe
obviarse la posibilidad de una gestión comercial no preparada para afrontar una
crisis de esa envergadura. Así, Record cerró en 1996, y Ediciones de la Urraca
y Columba, en 2001. (Las legendarias Rico
Tipo y Patoruzú lo hicieron en
1973 y 1977, respectivamente.)
Publicaciones de El Globo Editor |
Y entonces la
historieta se convirtió en un arte de consumo marginal, y se inició el éxito de
las revistas extranjeras de superhéroes y de manga. Ya la venta principal se realizó
–como en el presente- a través de comiquerías que también aportaron el
correspondiente merchandising, aunque en algunos quioscos de diarios se venden
los últimos números de esas publicaciones del exterior. Hay pequeñas y medianas
editoriales nacionales que difunden las historietas en libros, aunque en su
mayor parte se trata de reimpresiones. Abundan también las autoediciones y las
cooperativas de autores, e Internet se convirtió en una vía importante para
difundir el material. Asimismo, muchos jóvenes recurren a la impresión de fanzines y de prozines
¿Qué pasará?
¿Concluirá la historieta su ciclo vital en la Argentina y en el mundo?
Para nada. En los últimos años surgió en el país un fervor que se manifestó en
un aumento de las ediciones en esos medios alternativos –donde se hallan trabajos
de calidad incuestionable- y, además, en las muestras y festivales que se
organizan y a los que concurre un público entusiasta. Las páginas de los
periódicos reivindican el género como expresión artística y en su interior se
encuentras notas críticas sobre sus novedades.
Sólo resta
parafrasear al gran Hugo Pratt y afirmar que “la historieta goza de excelente
salud y larga vida”, aunque tal vez adopte otros formatos y vías de comunicación
con los lectores. Uno de los tantos ejemplos son los superhéroes
norteamericanos que ahora vienen de la mano de películas que costaron millones
de dólares y en las que intervinieron célebres directores, notables guionistas y
auténticas estrellas de cine. Además, estos filmes desbordan excelencia por
donde se los mire y sus efectos especiales son maravillosos. Y también hay
animaciones en 3 D para la posteridad (por ejemplo, Las aventuras de Tintin, 2011, de Steven Spielberg).
No quedan dudas:
a la historieta le sobra tela y tiene cuerda para rato. ¡Adelante!