(Rocaeditorial,
Buenos Aires, 2013, 240 páginas)
“-No existe tal
Hombre de Arena, cariño- me respondió mi madre-. Cuando digo ´viene el Hombre de Arena´ quiero decir que tienen que
ir a la cama y que sus párpados se cierran involuntariamente como si alguien
les hubiera tirado arena a los ojos.”
E. T. A.
Hoffmann: El Hombre de Arena
Neil Gaiman
(Porchester, Inglaterra, 1960) es un escritor muy singular porque guionó
historietas, escribió literatura infantil y abordó novelas para adultos (como
la que se comenta), siempre dentro de una veta fantástica. Pero, en esos tres
ámbitos está influido por la inmensa literatura infantil de Lewis Carrol (Alicia en el país de las maravillas y Detrás del espejo) y C.S. Lewis (Las crónicas de Narnia), a quienes cita
en sus obras. Pero también alude a la canción de niños Wee Willie Winkie, y propone un desarrollo histórico distinto al que
se conoce oficialmente en nuestro planeta, como lo hace J.R.R. Tolkien en El Señor de los Anillos y El Hobbit. El
espíritu de El maravilloso mago de Oz,
de Lyman Frank Baum, también está presente.
Entre sus más
famosas creaciones para chicos -que abarcan unos quince títulos-, figuran su
novela Coraline (llevada al cine de
animación por Henry Selick en 2009) y la colección de cuentos El día que cambié a mi padre por dos peces
de colores.
Pero el éxito
que lo llevó al estrellato fue su novela gráfica The Sandman, para cuyo protagonista (aunque ya había un héroe homónimo
en la factoría DC concebido por Joe Simon y Jack Kirby) seguramente se inspiró
en el cuento de Hoffmann del epígrafe, a partir del cual Sigmund Freud propuso Lo siniestro. Su amor por el género surgió durante la entrevista
que en calidad de periodista le realizó al relevante guionista Alan Moore
(responsable de los textos de Wachtmen
y de V de Vendetta, entre otros). Hasta
el presente esta obra se publicó en Estados Unidos durante el período
comprendido entre enero de 1989 y marzo de 1996, y luego se recopiló en diez
tomos. El primero, Preludios y nocturnos,
narra como Sandman, también llamado Sueño, estuvo prisionero setenta años y es
uno de los hermanos que conforman los Eternos. Aquí aparece toda una cosmogonía
de mundos paralelos con monstruos, brujas, fantasmas que conducen a situaciones
impresionantes a la vez que representan un mundo encantado. Los diez tomos abarcan
todos los números de la saga, y el arte de Dave Mc Kean se destaca en sus
cubiertas, que suelen comprender una figura central con transparencias y
veladuras. Esa pintura está rodeada de estantes y cubículos que portan objetos
variados (páginas escritas, hojas de plantas, manos, portalápices, huevos de
piedra). De los dibujos de historieta participaron Sam Kieth y Mike Dringenberg
(co-creadores de la serie) y Malcolm Jones III, mientras el color estuvo a
cargo de Robbie Busch. Abundan cuadritos multiformes, paisajes a doble página y
colores restallantes que generan un torbellino de extrañas imágenes. The Sandman registra un paisaje onírico
propio de un cuento de hadas en el marco de una historia de terror.
Esa imaginación
desorbitada se repite en el libro El
océano al final del camino, narrado en primera persona por un chico de
apenas siete años, que además de leer revistas de historietas frecuenta a
clásicos como los ya citados Lewis Carroll y C.S. Lewis. Este último es el escritor
de literatura infantil que más inspiró la estética de Neil Gaiman. Así, el
protagonista se pregunta “¿Por qué a los adultos no les gustaba leer las
historias que hablaban de Narnia, de islas secretas, contrabandistas y
peligrosos duendes?” / “Los adultos siguen caminos. Los niños exploran”, y
parece sumergirse en un hechizo a partir de dos sucesos iniciales que provocan
un caos: un minero sudafricano se suicida en el auto de la familia y ésta contrata
a la bella Ursula Monkten como ama de llaves, la que en el fondo es una
criatura ligada a universos sobrenaturales que se superponen al nuestro. El
pequeño le tiene miedo a Ursula y descubre el sexo al ver que su padre es
seducido por ella.
El autor
despliega un universo de ensueño, inocente e infantil, y al mismo tiempo diabólico y monstruoso,
habitado por criaturas quiméricas, en donde un océano puede caber en un balde de agua. En realidad se trata de un
multiverso mágico, donde tanto las sombras como el viento actúan como seres
vivientes. El autor se aprovecha de las dudas que abriga la Física acerca de la
composición de la mayor parte del cosmos para impregnar a éste con su fantasía.
Y sugiere –dado que al chico se le alojó “un agujero en el corazón. Tienes
dentro tuyo una puerta que conduce a otro mundo más allá del que tú conoces.”-
que esa comunicación se realiza a través de los agujeros de gusano (especulación científica sobre
el espacio tiempo). Y el pequeño medita: “…que daba lugar a diversas
dimensiones que se plegaban como figuras de origami y florecían como extrañas
orquídeas, y que marcaría la última época buena antes de que se acabara todo y
llegara el siguiente Big Bang…”
La prodigiosa prosa
de Gaiman motiva que la lectura de la novela sea placentera y cautivante: la
traducción de Mónica Faerna, profesional y superlativa, resulta una gran ayuda.
Esa escritura pausada, puntillosa y poética está colmada de maravillosas
imágenes (“El trueno gruñía y retumbaba en un rugido constante y monótono, como
un león al que estuvieran haciendo enojar, y los relámpagos fulguraban y
parpadeaban como un fluorescente estropeado. “/ “…y me puse a pensar, sin darme
cuenta, en los santos locos de la historia antigua, los que iban a pescar la
luna en un lago, con redes, convencidos de que el reflejo en el agua era más
fácil de atrapar que el globo suspendido en el cielo.”) Su punto de vista es
sumamente visual, hasta cinematográfico, y evoca los mejores filmes de Tim
Burton y Wes Anderson.
Neil Gadman ganó
los premios Hugo, Nébula, Locus, Howard Philips Lovecraft y Bram Stoker. Por El océano al final del camino obtuvo el Nacional
Book Award a Libro del Año en Gran Bretaña.
Germán Cáceres