En el año 2009 participé con un stand de la editora La Duendes, en el Festival de historietas Dibujados, en la ciudad de Rosario. En esa ocasión conocí a Héctor Reinna. Se acercó al stand en el que nos encontrábamos conversando Sergio Mulko (dibujante de Nippur de Lagash), José Massaroli y Esteban Tolj. Recién se retiraba Eduardo Risso, autor hoy de renombre internacional. Reinna se presentó como “ex” dibujante. Llevaba tres décadas sin dedicarse al oficio. Le pedí que cuente acerca de su trayectoria. Se convirtió en el centro de atención cuando enumeró las revistas en las que trabajó y los dibujantes que conoció o con los que colaboró. Teníamos delante a un protagonista y testigo de épocas doradas de la historieta argentina. Para aprender y valorizar la tradición de la que formamos parte los autores actuales, conviene estar dispuesto a escuchar. Para ahondar en su historia continuamos la charla en una confitería. Nos acompañó Osvaldo Laino, otro autor de la edad de oro y promotor de la revista Dibujantes. Publicada en la década del ´50, fue la primera dedicada a los dibujantes e información sobre el ambiente de la historieta.
Como muchos
otros dibujantes, Reina comenzó su carrera en diarios de las provincias. En su
caso, de la ciudad de Rosario. A mediados de 1950 ganó un concurso que le
posibilitó ilustrar libros para una editorial de Buenos Aires. El
reconocimiento le valió que lo convocaran del diario Clarín. Debía hacer
dibujos de humor. Con muestras de esos trabajos se presentó en la editorial de
Dante Quinterno, que editaba las revistas Patoruzú y Patoruzito. Eran semanarios
impresos en formato grande que presentaban humor gráfico e historietas de humor
y aventuras. Las realizaban un amplio staff de autores. Patoruzito fue la
primera revista en los años ‘40 en que la mayoría del contenido se generaba en
el país. Tiraba 300 mil ejemplares por semana.
En el stand de La Duendes en Dibujados, Rosario. De izq. a der.: Aguado, Massaroli,..., Reinna y Mulko.
Le llamó la
atención quien lo recibió en la redacción. Su aspecto era muy desaliñado en la
vestimenta y con barba de varios días. Al ver las muestras, le dijo: “Ah, vos
hiciste estos dibujitos. Qué linda manchita que tenés, me gustan mucho. ¿Querés
ser mi ayudante?” A lo que Reinna le preguntó: - “¿y vos quién sos?”, - “Soy
Joao (Mottíni), el que hace las tapas”, le respondió. Se trataba del dibujante
brasileño Joao Mottini, considerado uno de los maestros de la época. Al día
siguiente se presentó en lo que creía sería el estudio de Mottini. Residía en
un departamento de pasillo con una escalera de metal toda oxidada, en un
cuartito de tres por tres metros. Los muebles consistían en una mesa grande de
dibujo, una silla y un ropero viejo y en mal estado. Reinna aclaró: “Él, como
todos los genios, era muy mañero. Dibujaba tres o cuatro horas por día, no le
interesaba el dinero. Así me empecé a relacionar con él. Una vez (Mottini) me
dijo que me quede a almorzar y sacó una botella de vino. Era todo lo que había.
Con Hugo Pratt se reunían y jugaban a ver quién tomaba más. Se bajaban tres o
cuatro botellas de vino cada uno. Joao era muy bohemio”. Como su ayudante, trabajó
haciendo tintas y fondos del personaje Cruz Calaveras.
Inserto en
el ambiente profesional del dibujo, conoció y trató a autores que hoy integran
el panteón de los próceres de la historieta nacional. Tales como Hugo Pratt
(Corto Maltés, Sgto Kirk, Enrie Pike), Alberto Breccia (Mort Cinder, Sherlock
Time), Ferro (Langostino, Pandora, etc), Abel Ianiro (Tóxico y Biberón,
Purapinta), Dante Quinterno (Patoruzú, Patoruzito), Calé (Buenos Aires en
Camiseta, en Rico Tipo), Torino, Bruno Premiani, Tulio Lovato (uno de los
principales dibujantes en las sombras de Patoruzú), entre muchos otros. Eran
tiempos en que la historieta se producía de forma industrial. Los autores
estaban al servicio de los personajes. El ritmo de trabajo podía llegar a
agotarlos. Dio algunos ejemplos: - “Un tipo que se hartó de dibujar era Ianiro.
Lo encontraba en un subte de Diagonal Norte (Bs As) y decía: Estoy podrido,
entro a las nueve de la mañana y salgo a las cinco de la tarde. No doy más. Era
gente que no tenía un mango, lo único que tomaba era el subte”. Las series más
conocidas creadas por Ianiro fueron Purapinta (en Leoplán y Rico Tipo en la
década del ‘40), Tóxico y Biberón (en Leoplán) y Marmolín (en Rico Tipo).
Tulio
Lovato fue uno de los principales dibujantes de Patoruzú, aunque siempre figuró
la autoría de Dante Quinterno (el creador). Al respecto, ahondó Reinna: “Él
tenía un profundo conocimiento de todo lo que fueran embarcaciones, le gustaba
ese tema (realizaba en línea realista la serie Rinkel el ballenero). Pero era
un tipo que estaba harto de dibujar. Le tenía bronca, lo detestaba a Patoruzú.
Bueno, llevaba quince años haciéndolo”.
A otro
autor que frecuentó fue a Calé (Alejandro del Prado), nacido en Buenos Aires
pero criado en Rosario. Creó la serie costumbrista “Buenos Aires en Camiseta”.
En lo que consideraba un atrevimiento juvenil, le señaló a Calé que su éxito le
resultaba inexplicable porque lo que reflejaba en sus viñetas no se
correspondían con las costumbres de la ciudad de Buenos Aires, sino que eran
las de Rosario. También comentó que su dibujo, muy prolijo y detallado, poco
tenían que ver con sus hábitos: “Un día lo visité en la pensión que vivía. Era
un desorden total. No sabías dónde terminaba la mesa de dibujo y empezaba la
cama. Sus trabajos y él eran todo lo distinto”.
En 1974
conoció a una mujer francesa y a los 45 días se casaron. Se mudó a Tres Arroyos,
donde ella residía. Mottini lo ayudó para que se fuera con trabajo. Le concertó
una entrevista con el dibujante y editor Héctor Torino, que lo aceptó tras unas
pruebas. Durante dos años realizó los lápices de la serie “Don Nicola”. El
personaje que contaba con revista propia y fue un gran éxito.
Transcurridos
los años le fue muy bien con las historietas. Sus personajes Batute y Batata se
publicaron con muy buena repercusión en México. Desde ese país le ofrecieron
que se mudara para dibujar la reconocida serie de animación Tom y Jerry, pero
no viajó por el nacimiento de su hijo. Tiempo después se dedicó a la enseñanza
en la Universidad de la Plata. Finalmente, la vida lo llevó a abandonar el
dibujo.
Como muchos
otros autores de su generación, se puso al servicio de los personajes que
dibujó. Quedó en un segundo plano. Ese era el motivo por el cual no lo conocían
sus colegas actuales. Me pareció una pena que un autor con su experiencia abandonara
lo que le cautivaba. Era un talento perdido. Como estaba jubilado, le sugerí
que retome por el gusto de dibujar. Que encarara una obra personal sin
condicionamientos comerciales. Poco después me contactó para sumarse a las
publicaciones de La Duendes, tanto en papel como en formato digital. Me confesó
que, pese al entusiasmo, la falta de práctica le había endurecido la mano. Con
el transcurrir de los meses ganó soltura y su trazo retornó al nivel
profesional. Para adaptarse a los nuevos tiempos, comenzó a estudiar
computación con Gerardo Romagnoli, quien también le coloreaba sus trabajos de
forma digital. Estaba feliz y se notaba. En todos los rubros del arte la
experiencia suele ser más importante que la edad. La práctica continua eleva la
calidad de la obra.
Pese a estar
tantos años alejado de la profesión, su personalidad inquieta y juvenil hacía
que su trabajo resulte innovador.
Me llamaba
por teléfono con cierta frecuencia. Lo reconocía de inmediato por su forma de
modular y su característico: - “Hooooola Alejaaandrooo”. Me recordaba, según
sonaba en viejas películas en blanco y negro, a como hablaban y entonaban los
actores y locutores de las décadas del ‘40 y ’50. Era lindo escucharlo. Luego
me bombardeaba con una andanada de ideas y propuestas. En varias ocasiones me
envió de regalo ejemplares de las revistas Patoruzito, Rayo Rojo y algún libro,
para que conociera en profundidad la edad de oro que me había descrito. Son
joyas del pasado que hoy atesoro.
Entre los
años 2009 y 2016, en el sitio Historieta Patagónica, realizado por La Duendes,
canalizó varias series. En Batute y Batata retomó sus personajes de décadas
atrás, adaptados a los nuevos tiempos. “Guapos y Tangueros” consistió en humor
relacionado con la cultura tanguera. “El Conventillo Aéreo” fue una especie de “Conventillo
de Don Nicola”, pero adaptado a las vivencias del presente de los habitantes de
un edificio de departamentosl. “Humor Marciano” apelaba a un humor extravagante
para aludir a la actualidad. En “Hueso Clavado” parodiaba el género gauchesco. “Héroes
del Cómic” era otra parodia referida a los súperhéroes, contrapuesta a los
personajes de factura nacional. “Chicas de Venus” era humor de ciencia ficción ejecutado
con un estilo de dibujo vanguardista, en que el diseño de página y el color jugaban
un importante rol. Las mujeres fueron protagonistas en “Chicas de Venus” y “Libertad
Rodríguez”. El Rock argentino también contó con su serie.
En sus
páginas abundaban las citas a la cultura popular, a personajes ficticios y
reales del presente o el pasado, ya sean en los dibujos o en fotos que
integraba a las historietas. Tales como Pedro Picapiedra, Patoruzú, Súperman, Bátman,
La mujer maravilla, El hombre araña, Lindor Vocas, El Cabo Savino, Purapinta,
Don Nicola, Afanancio, Piantadino, Capicúa, Cara de Ángel, Fiaquini, Isidoro y
Langostino. Muchos de los personajes nacionales, pese a su popularidad en
décadas pasadas, deben resultar desconocidos para los lectores más jóvenes. Entre
las personalidades se contaban Leonel Messi, Sandro, Gardel, Miguel del Sel,
Belgrano, San Martín, Salvador Dalí, Monzón, Lanata, Sarmiento, Fangio, Pappo,
Hilda Lizarazu, Ivan Noble, Pajarito Zaguri, León Gieco, Litto Nebia, Fabiana
Cantilo, entre otros. Varios de sus colegas también aparecieron en sus
historietas: Divito, Torino, Mazzone, Osvaldo Laino, William Gezzio (dibujante
uruguayo), Toto y quien esto escribe.
Para la etapa de La Duendes abandonó el dibujo de humor que se
practicaba cuando trabajaba como profesional, el que se caracterizaba por ser
despojado, sintético y de trazo elegante. Optó por uno más espontáneo, acorde
con el nuevo siglo.
Al volver
de un viaje a Buenos Aires, Gerardo Romagnoli fue al domicilio de Héctor para
seleccionar los trabajos que enviarían esa semana a La Duendes y dictarle una
clase de computación. No lo atendió ni contestó el teléfono. Cuando se comunicó
con el hijo, supo de su muerte. Reinna falleció el 23 de junio de 2016.
Se lo
anunció en los sitios de La Duendes. La noticia causó conmoción. Cada vez que
un autor de historietas fallece se difunde en redes sociales y si era famoso se
publica en diarios de distribución nacional. Luego, en la mayoría de los casos,
sus trabajos quedan relegados al olvido. Son pocos los autores cuya obra sigue
circulando o reeditándose tras su muerte. Para que los trabajos de Reinna en La
Duendes trascendieran su partida, se los siguió publicando por períodos.
Algunos, que había realizado en blanco y negro para las ediciones en papel, se
colorearon. El último que apareció fue el 22 de septiembre del año 2021.
Alejandro Aguado
Los trabajos
de Reinna se pueden ver en: https://historietapatagonica.blogspot.com/search/label/reinna