Crítica de “El
Mexicano” de Jack London, ilustrado por Edu Molina.
La palabra ilustrada.
Por Santiago K
El año pasado se
cumplieron 100 años de la publicación de El Mexicano, libro-novela
de Jack London. Para conmemorar dicho centenario, la editorial
Nostra, de México, reeditó el texto adaptado gráficamente por Edu
Molina.
Esta historia es, según
algunos, uno de los mejores y más representativos (aunque menos
conocido) de los cuentos largos del autor estadounidense cuyo
verdadero nombre fue John Griffith Chaney.
London fue uno de los muchos que, más que escribir aventuras, las
vivieron. Antes de morir por decisión propia en 1916, publicó
más de 50 volúmenes de historias basadas en sus vivencias como
viajero intercontinental. Y no le faltaron anécdotas ni
experiencias, pues empezó a recorrer el orbe a los 16 años y ya no
paró. Cazó focas en el mar de Bering, buscó oro en Alaska y
trabajó como corresponsal de guerra en Manchuria y el sur de África,
entre otras cosas. Todo esto le dio un trasfondo imprescindible a la
hora de entender los motivos por los que el hombre hace lo que hace
en las situaciones más extremas que el mundo u otro hombre o grupo
de hombres le impone.
Y
El Mexicano es un relato de extremos, de límites. Nos
presenta a Rivera, un joven que participa en la preparación de la
revolución mexicana de 1910. Ese es el primer límite: el de la
paciencia del explotado, que ya no tiene marcha atrás y se ve
representada en este caso en el protagonista, una herramienta
inhumana de la revolución. Es solo un peón, con conciencia de
serlo, que esta dispuesto a darlo todo por el levantamiento del
pueblo mexicano contra su opresor. No tiene amigos, no tiene familia,
no tiene cariño, no tiene sentimientos, no tiene otra necesidad ni
objetivo más que el de ver la revolución concretada. Y, como un
pequeño comentario previo al análisis más exhaustivo de la obra,
creo que Molina consigue plasmar esta idea perfectamente en su
adaptación. La historia se quiebra en el momento en que el comite de
la revolución necesita dinero para la compra de armas final previa
al día clave. No hay dinero, ¿de dónde sacarlo? Rivera, como
boxeador aficionado que descubre en este deporte que no le gusta una
fuente de recursos para el comité, retará a un gran boxeador a una
pelea donde el ganador se queda con todas las apuestas. Llevado por
la confianza, el boxeador rival (norteamericano, alegorizando
entonces con esta lucha el enfrentamiento real EE.UU. - México)
acepta.
La Obra.
Conocí a Edu Molina
por primera vez con Animal Urbano, personaje que co-creó en los
90 con Tato Tabat y que fue guionizado casi en su totalidad por
Guillermo Grillo. Y hay que reconocer que desde la última edición
en papel de “Animal” por parte de Domus, en el 2006, a esta que
nos ocupa, Molina ha dado un salto cuántico.
Aprendiz de Breccia, se
nota en Molina un cambio en el grueso y el detalle de su trazo que,
para mejor, le otorga mucha más profundidad y riqueza a su trabajo.
Las imágenes y los diálogos están perfectamente representadas por
la mano del dibujante, que no escatima enfoques, recursos ni
claro-oscuros a la hora de adaptar el texto original.
Un pequeño dato a
destacar es el de que si bien ha ganado muchísima personalidad en
los últimos años, su trazo recuerda a veces al de su maestro. Esto
no es, por supuesto, algo que funcione en detrimento de la obra, al
contrario. El ojo avisor ve en algunas manos de perspectiva extraña,
en algunos rostros, en algunas tramas, el pincel eterno del artista
plástico - que nadie quiso reconocer como tal - perpetuado en el
trazo de Molina. Hay veces en las que quien escribe esto vio también
una resemblanza a Greg Capullo (Spawn), especialmente en las escenas
más detalladas (aunque eso es una opinión propia con la que bien
pueden discrepar).
A diferencia de otros
trabajos similares, los diálogos están diseñados como un diálogo
de historieta, con globos y generalmente enfoques en primer plano de
aquel que habla. Rompe, sin embargo, la unidad de la típica página
de historieta el hecho de que no aparecen muchas viñetas delimitando
la acción. Por el contrario, Molina lleva los ojos del lector de un
lado al otro de la página sin utilizar este recurso y valiéndose
solamente de la fluidez y la disposición de sus dibujos. Trazos
salvajes de negro sobre blanco o viceversa dividen a veces las
situaciones en espacios diferentes,
Muchos critican las
adaptaciones de cuentos y novelas a historieta por el armado final
que muchas obras de este tipo tienen. Artistas como Lalia o Breccia
que se han encargado de dibujar a Poe y Lovecraft fueron acusados de
resultar demasiado esquemáticos, generando una obra que parece más
un cuento ilustrado que una historieta en sí. Por lo general el
dibujo acompaña al texto y difícilmente aparezcan globos de texto o
diálogos, haciendo la lectura no tan llevadera. Dicen que “entre
este tipo de adaptación y un texto acompañado de algunas
ilustraciones no hay diferencia”. Permítanme discrepar, al menos
en este caso.
Molina no se resigna a
dibujar los hechos. Recurre a metáforas, exageraciones y
representaciones libres del texto de London, añadiendole una
riqueza (y una especie de co-autoría) que supera a cualquier
adaptación objetiva y limitada al texto o la acción descripta. Al
momento de dibujar metáforas o dibujos referentes a la revolución,
resulta muy interesante ver como la narración gráfica cambia hacia
lo simbólico y vemos a un Rivera mezclado, homogeneizado con
criaturas y símbolos adaptados del estilo de “los muertitos”
mexicanos, esos graffitis/serigrafías con Catrinas (evolución de la
deidad Mictecacíhuatl, esquelética diosa azteca de los muertos) y
esqueletos caricaturizados que reconocemos como asociados al festejo
del Día de Muertos. Rivera esta acompañado y convive con la muerte,
pero no lo hace por nada. La revolución, presente en cientos de
mexicanos sobre sus espaldas, lo empuja y lo levanta cada vez que
cae. El dibujante recurre a este elemento constantemente; London lo
escribe, Molina lo reafirma: no estamos frente a un revolucionario
cualquiera. Rivera ES la revolución.
Como nota final, es de
destacar el logro de Molina al representar el sentimiento que London
tenía por su personaje al escribir. Este mostró a Rivera como
alguien a quien no apreció ni despreció. London se limitó a contar
sus vivencias en forma tal que, a pesar de que queda muy claro qué
es lo que siente el mexicano frente a la revolución y el enemigo a
derrotar, no sabemos qué sentir por él. ¿Compasión, pena,
aborrecimiento, odio? Rivera actúa por un objetivo que podemos
considerar acorde a nuestros pensamientos, pero sus sentimientos nos
repelen. No podemos creer que para una causa tan noble sea necesario
tanto odio en una sola persona aunque nos damos cuenta también de
que es el odio lo único que lo mantiene de pie y le permite hacer
aquello que nadie más puede hacer. El trazo de Molina no tiene
piedad tampoco con Rivera. La expresión del personaje es siempre la
misma. Mientras que todos los demás a veces demuestran en forma
exagerada las pasiones que el mexicano no puede, no quiere mostrar,
la cara de Rivera esta llena de líneas de enojo o disgusto,
volviéndolo a veces extremadamente arrugado y cínico. El dibujante
lo encorva, lo vuelve menos humano y más bestia, cada trazo
demuestra odio y furia ante una situación que le arrancó todo. A
diferencia de los otros, Rivera es el único que se dibuja con ojos
fríos o en completa oscuridad, siendo un par de pupilas blancas,
infernales, lo único visible entre las sombras de la cara.
“Me ha mirado con esos
ojos que tiene... No aman, amenazan. Son tan fieros como los de un
tigre salvaje. Estoy seguro de que si se demostrara que yo era
traidor a la causa, me mataría. No tiene corazón. Es implacable. Es
penetrante y frío como el hielo. Es como los rayos de luna que una
noche de invierno alumbran a un hombre que se congela en la cima de
una montaña solitaria. No les tengo miedo ni a Díaz ni a todos sus
asesinos, pero este chico... a él sí le tengo miedo. Te lo digo de
verdad. Estoy asustado. Es el aliento de la muerte.”
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