(Temperley,
Tren en movimiento, 2018, 192 páginas)
En
la «Introducción» Schmied aclara que el libro encara una “…búsqueda de
producciones que ya se hayan interesado en el tema de la microedición a la vez
que plantea el desafío por encontrar nuevos abordajes, e incitarlos, si es
posible.”
En «Fragmentos
de una historia de la microedición» se aclara que los “…textos acompañaron la
muestra curada por Alejandro Bidegaray y Alejandro Schmied en el Centro Cultural
Rojas de C.A.B.A. entre el 4 y el 28 de agosto de 2017”, de la cual se incluyen
algunas imágenes de tapas y publicaciones. En ellos se destaca la existencia de
nuevos activismos. Este movimiento de revistas subterráneas (revistas subte)
fue importante en la época del Proceso por referirse en gran parte a una
problemática vedada por la censura. Aquí se habla mucho de contracultura al
proclamar de que “El fanzine es herramienta, vehículo, medio. También recurso
estético, elección productiva. La autogestión como afirmación.” Debe aclararse
que fanzine surge de la conjunción de dos vocablos ingleses: fan, admirador, fanático, y magazine, revista. Se trata de ediciones
no profesionales realizadas con medios rudimentarios (fotocopias especialmente,
por las cuales los fans estaban
fascinados como medio de divulgación) y con escasa circulación dado su carácter
no comercial.
A
continuación figura la entrevista que en
enero de 2013 Melina Dorfman y Alejandro Schmied le realizaron a «Patricia Pietrafesa»,
responsable del famoso fanzine Resistencia.
Allí menciona que en su formación fue fundamental el libro de Juan Carlos
Kreimer Punk, la muerte joven (1978).
Pietrafesa se consideraba punk, movimiento musical sinónimo de resistencia, y
por eso le puso ese nombre a su publicación. En uno de sus números aparece una
nena que está saltando y comenta “quien dijo que no hay futuro si por cada
policía muerto nacen mil niños”. Fue detenida
por esta frase pero aclara que en ese momento no fue maltratada. Más
adelante, declara que: “Sentíamos el poder de la libertad individual, el poder
que da la realización, decir ´yo acá pongo lo que yo quiero cuando yo quiero´.
Es re fuerte. Me di cuenta del poder que tenía.” Patricia Pietrafesa tocaba en
un conjunto de rock, hacía festivales y le encantaban manifestar sus puntos de
vista sobre libros y películas: de allí su fascinación por el fanzine como
medio de comunicación y de expresión estética. Reivindica al punk como una
cualidad que había surgido en todo el mundo, y que representaba “un montón de
cambios y de ideas para poner en marcha.”
Rafael
Aladjem, creador de «Homoxidal» en 2001, relata la evolución de ese fanzine,
que empezó a enrolarse en la corriente queerpunk
y cuestionando “cualquier esbozo de dogma en la órbita glttb, y el uso de la
provocación y la introspección como ejercicio vital, anterior a cualquier
definición o etiqueta”. Los fanzines, más allá de sus diferencias y propósitos
pueden considerarse revulsivos y cuestionadores de todas las prácticas
sociales.
«Los
fanzines en la historieta argentina (1979-2014)», por Julián Blas Oubiña Castro
y Roberto Barreiro, es un informe muy
erudito, fruto de un titánico trabajo de investigación. Comienza con una queja
porque los ensayistas entienden que no obstante haber tenido una presencia
constante en la historieta argentina durante más de treinta años y su
importancia “para cualquier estudioso que aprecie la cultura popular y, en
especial, el noveno arte”, carecen de una reseña histórica. Además, señalan que
no pocos cultores del género tienen un desprecio por esta manifestación de
jóvenes que no son profesionales y carecen del andamiaje técnico necesario como
para llevar a cabo una producción comercial de calidad. Se considera que el
primer fanzine apareció en 1972 y se llamó Archivo
de la historieta. Más allá de su edición rudimentaria (en papel entintado,
con pocas páginas y escasos números fotocopiados) traían valiosa información
sobre el medio y todo tipo de historietas, entre ellas no pocas “raras,
extrañas, de un humor absurdo y de estilos poco convencionales”. Otros dos
términos de la jerga que deben aclararse son el inglés fandom, que señala a un grupo de entusiastas de algún producto o
acontecimiento. Otro es prozine: se
trata de un fanzine con ambiciones de plasmar un producto de gran calidad
artística. Entre los fanzines destaca Comiqueando
lanzado en 1986, y centrado en la investigación, que cita continuamente los
comic-books norteamericanos, que
tuvieron tanta influencia en nuestro medio, sobre todo a través de los
superhéroes. La figura descollante de esa publicación –que actualmente es
virtual– es Andrés Accorsi. Los responsables de esta nota se preguntan si “…si
en realidad los fanzines no han sido otra cosa que la punta de lanza de un
proceso que ha trocado comercialidad por apertura estética”. Debe destacarse
que varios colaboradores o directores de fanzines lograron incorporarse al
profesionalismo como dibujantes, ilustradores y guionistas, tanto en el país
como en el exterior. Ya en los noventa las posibilidades de los autores de
fanzines eran prácticamente imposibles debido a las crisis económicas.
“Así, el
fanzine ya no fue una paso previo e inicial, sino que era la única posibilidad
de publicar”. Sin embargo, en abril de 1994 se desató con Catzole, cuya tirada llegó a dos mil ejemplares, un nuevo torrente
de fanzines. El Tripero, realizado
por el taller de alumnos de Alberto Breccia luego de su fallecimiento, que sacó
ocho números entre 1994 y 2003, se destacó por el “claroscuro, o sea,
expresionismo de luces y sombras, con una tendencia ´feista´”. Falsa modestia publicó ocho números
entre 1996 y 1999 en Mar del Plata. Fue un trampolín para la consagración de un
artista como Gustavo Sala, cuyo humor absurdo está plagado de exabruptos
cuestionadores. RAN (Robot Argentino
Nipón), que entre 1993 y 1999 emitió dieciocho números, estuvo dedicado al
manga y al animé. Mención aparte merece la revista Fierro que salió en setiembre de 1984 con pretensiones de
renovación y ser reconocida por un público adulto. Traía el “Subtemento Óxido”,
con una estética cercana al fanzine, parte
de cuyo plantel de autores terminó colaborando en la misma Fierro. Esa década fue testigo del derrumbe de históricas revistas
de historietas.
Así Fierro en 1992, Skorpio en 1996 –tras una trayectoria de
veintidós años–, y la poderosa Editorial
Columba en 2001, que marca la desaparición de la historieta industrial:
todas las editoriales del rubro habían cerrado o suspendido sus publicaciones.
En estos años se produjo una revolución en el mundo adolescente con la
historieta Cazador, en la que
trabajaron Jorge Lucas, Sergio Ramirez, Ariel Olivetti y Renato Cascioli, que
se transformó en revista, con un humor zarpado y audaz. Lápiz Japonés fue un proyecto autogestionado con afán experimental a
cargo de profesionales prestigiosos que se inspiraron en la famosa revista Raw de Art Spiegelman. De Hacha, producto de una cooperativa,
aparecieron seis números entre 1996 y 2000. Entre el 23 y el 25 de mayo de 1997
tuvo lugar el «Historietazo», acontecimiento a partir del cual, según Andrés
Accorsi, se inicia el período que denominó Primavera de los fanzines, por el
nacimiento de numerosas publicaciones independientes. Pero, lamentablemente, en
2003 salen por última vez productos de la escena independiente de esa década. Un
evento importante para el mundo de los fanzines fue la organización en 2008 y
2009 del festival «Viñetas Sueltas». Sobreviviendo
aún está Rebrote (surgió alrededor de
2004), que tiene por ídolo al dibujante Lucho Olivera (1942-2006), cuya
dirección integran, entre otros, Felipe Ávila (falleció en 2018) y Marcelo
Bukavec. Remarcan Oubiña Castro y Barreiro que “hubo varios emprendimientos
similares de artistas agrupados en blogs comunitarios”, pero que “debido a las
tradiciones y costumbres (…) solo se ven legitimadas en el objeto, es decir,
cuando son impresas en papel. Esta búsqueda de legitimización es la que promueve la continua
aparición de fanzines.” Y agregan que la
historieta dejó de ser popular y hoy es un arte para minorías y, por
consiguiente, las ediciones son de muy bajas tiradas. Por consiguiente el
fanzine comienza a mirar el circuito comercial como un igual. Como corolario de
la nota sus autores reflexionan que la participación femenina –antes casi
inexistente– enriqueció el género. Y razonan así: “Puede que la industria haya
desaparecido o se haya reconvertido en un mercado pequeño y diversificado, tan
segmentado que pocos artistas y editores pueden vivir de este; pero la
historieta argentina, como arte y tradición, nutrida en buena medida por los
fanzines y las revistas autoeditadas, ha demostrado aptitudes excepciones para
su supervivencia, y las nuevas creaciones no tienen nada que envidiarles a las
de antaño.”
Otro artículo es la entrevista realizada por Julián
Blas Oubiña Castro a «Diego Arandojo», que además de guionista de historietas
es periodista, escritor, dramaturgo y –con el seudónimo de Dearand– dibujante. Lafarium Cuatiquis (que significa algo
así como «Habitación sin tiempo ni espacio») fue un fanzine que fundó en 1997
junto a su amigo periodista Maximiliano Ramos. Querían dar un espacio al género
gótico en todas sus manifestaciones. A partir del 2000 se transformó en una website, es decir una revista digital en
formato horizontal. Actualmente la publicación usa el lema “La mirada invisible
del arte”, “con lo cual intento transmitir ese concepto de algo que no está
ceñido o atrapado en un límite espaciotemporal.” En la actualidad Arandojo
trabaja más como guionista de historietas que como dibujante, en razón de que ahora
es autor de televisión y de teatro. Entre las entrevistas que realizó se
destacan las de Edward Packard, creador del concepto de los libros «Elige tu
propia aventura», y la de Makoto Uchida,
creador de famosos videojuegos como Golden
Axe y Altered Beast.
Carlos Abraham –que cuenta con una extensa obra sobre
literatura de género, de la que se puede mencionar La editorial Tor: medio siglo de libros populares, 2012– escribió la nota «Los fanzines argentino de
ciencia ficción y fantasía». Y comenta que Hugo Gernsback publicó en 1926 y en
Estados Unidos la primera revista profesional del género: Amazing Stories. Y a partir de ese hecho se fue formando un
numeroso fandom. En el artículo
indica que la primera manifestación argentina fue la revista Más Allá (1953-1957), que publicó
editorial Abril, y cuya sección de correo denominada “Proyectiles dirigidos” se
erigió en “un hervidero de opiniones, polémicas y propuestas”. Después destaca
la figura de Héctor Raúl Pessina (1937-2016), como el máximo cultor en el país
del fanzine. En 1961 fundó el Club
Argentino de Ficción Cientifica y en 1962 empezó la publicación de The Argentine Sciencie Fiction Review,
que reunía textos en español y también en inglés para acceder a la amplia
bibliografía anglosajona. La nota distingue entre hard science fiction –por la formación científica de sus creadores–
y soft science fiction –por el
enfoque humanista y social–. En 1975 se
fundó el Club de Ciencia Ficción de
Buenos Aires, que dio origen a un fanzine. El 1982 se organizó el
importante Círculo Argentino de Ciencia
Ficción y Fantasía, que contó con una publicación propia denominada primero
Boletín y luego CACyF Boletín. Otros famosos fanzines fueron Sinergia, Nuevomundo –dirigida
por Daniel Crocci–, Cuasar y Gurbo. En 1989 apareció Axxón en formato electrónico, dedicada a
todas las manifestaciones del género: su director principal fue Eduardo
Carletti. Concluye Carlos Abraham
afirmando que “aparecieron alrededor de sesenta fanzines argentinos de ciencia
ficción a lo largo de una cantidad casi idéntica de años. (…) tales
publicaciones no hubiesen existido sin un interés concreto por parte de los
aficionados”. Y, asimismo sostiene que en el presente un aficionado al género
no crea un fanzine, sino un blog o un grupo de Facebook.
Finaliza Libro
de Fanzines con una entrevista realizada por Abraham a «Héctor Raúl
Pessina» el 22 de mayo de 2004, en la cual éste habla de su deambular solitario
por el género, pese a su perseverante fundación de fanzines. Cita la época que
leía solamente revistas en inglés para estar al tanto de lo que se escribía
últimamente en el mundo. Por el eso fue apodado “El alienígeno solitario” o “The lonely alien” dado que la mayoría de
sus revistas las escribía en inglés. Participó de muchas convenciones
internacionales de ciencia ficción y formó una muy rica amistad con Forrest
Ackerman, del cual afirma que a pesar de haberse visto personalmente solo tres
veces “es uno de mis mejores amigos”. (…) “la ciencia ficción me permitió
conocer muchísima gente que, de otro modo, no habría conocido, hacer grandes
amistades, pasar hermosos momentos, no sentirme solo”.
Germán Cáceres
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