(Sudamericana,
Buenos Aires, 2019, 168 páginas)
Se sabe que Juan Matías Loiseau (1974), conocido
artísticamente como Tute, no necesita ser citado como hijo del gran Caloi (Carlos
Loiseau, 1948-2012), creador de Clemente,
sino que hace años que ha adquirido vuelo propio. Desde 1999 colabora los
domingos en el diario La Nación
Ha publicado numerosos libros en el país y en el exterior. También es músico
y dirigió cortometrajes de animación. En 2012 recibió el Premio Konex y en 2018
presentó el proyecto audiovisual de videoclips Canciones dibujadas, con títulos de su autoría, intérpretes
prestigiosos e ilustradores reconocidos. En 2014 Quino opinó sobre él en el
prólogo de su primera novela gráfica Dios,
el Hombre, el amor y dos o tres cosas más: “Lo digo así, de sopetón: Tute
es para mí, sin duda alguna, el mejor dibujante de humor gráfico argentino
surgido en los últimos años.”
La que se comenta aquí es una catarsis de Tute para superar
el duelo por la muerte de su padre, a quien reconoce que idealizó: en una
página lo representa como un gigantesco Superman. En un reportaje que le
realizó el 23/7/2019 Sergio Sánchez para Página/12
sostuvo: “Pero creo que el duelo es el aprendizaje de una cosa muy importante: convivir
con esa ausencia”.
Tute presenta un estilo de dibujo que impera en el humor
gráfico de esta época: sintético al máximo, apenas unas líneas que sugieren
personajes y ambientes. Es como si la imagen fuera tributaria de los diálogos ocurrentes
y agudos del libro. El blanco de la página opera como un signo opresivo que anuncia
que algo malo pasará, en este caso la muerte de Caloi.
En resumen, el Diario
de un hijo es una suerte de autobiografía del autor, desde su nacimiento
hasta el fallecimiento de su padre. Esta narración es nostálgica y desborda
poesía: su emotiva impronta impacta en la sensibilidad del lector.
Así se narra el diálogo que sostiene él con su
inconsciente, que por momentos vuelan juntos como si fueran pájaros y observaran
la ciudad desde el aire.
Tute diseña una suerte de filigrana con ambas aves sobrevolando con un fondo blanco que opera
como un foco cegador. Con frecuencia no usa viñetas, las que debe imaginar el
lector porque los personajes se desplazan por la ciudad.
Un aura onírica sobrevuela en las consultas con la analista
y sus conversaciones con el inconsciente. Es evidente que en la vida personal
de Tute tienen mucha importancia sus sesiones de terapia y no deja de protestar
por esa dependencia en el libro (hasta le da una patada a un psicólogo).
Por tramos los textos son los verdaderos protagonistas y parecería
que la simplificación tiene por finalidad que se luzcan las frases y los
diálogos inteligentes. Como si Tute hubiese seguido el consejo que le dio
Sendra: “Dale a los juegos de palabras”.
Surgen afirmaciones contundentes: “(…) uno siempre llora
por las mismas dos o tres cosas”. / “¡La verdad no existe! (…) ¡Indagar es el
único sentido de la vida!”. O diálogos memorables como el siguiente:
Tute: Llega un momento en el que pasa todo.
Inconsciente: ¿Para qué tan rápido?
Tute: El tiempo no sabe de burocracia…Los días se
agolpan…El tiempo es como el amor…
Inconsciente: ¿Profundo?
Tute: Pasajero.
Hay numerosos cuadritos en silencio que otorgan un clima a
esta novela gráfica. No pocas veces se engarzan entre ellos y en ocasiones dan
lugar a una admirable figuración abstracta. También hay viñetas de página
entera repletas de múltiples líneas y colores propios de cuadros de pintura experimental cercana al absurdo; un
desarrollo delirante que parece pertenecer al universo de las pesadillas. Así,
después de la muerte de su padre (8/5/2012), el personaje que representa a Tute
desciende a las tinieblas del Leteo, en un alarde gráfico de gran virtuosismo y
extrema belleza. Un gran final, como merecía este libro maravilloso.
Gerrmán Cáceres
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