(La Duendes
editora, Comodoro Rivadavia, 2013, 108
páginas)
Osvaldo
Laino (en un reportaje de La Duendes de 2010)
declaró que había nacido en Rosario hacía 82 años y que lamentaba que se lo
conociera principalmente por su labor al frente de la prestigiosa revista Dibujantes y no por su obra historietística.
Para
mostrar esa otra faceta aparece esta antología de sus innumerables trabajos
(dada su larga permanencia en los Estados Unidos se los puede llamar cartoons), que comprende un período que
se inicia en 1940 y llega “a hoy”.
Una
viñeta tal vez pueda compendiar en gran medida su estética y es “El
coleccionista” (página 70), porque Laino, igual que el personaje representado, aglutina
objetos hasta saturar el espacio. En este maravilloso cuadro sobresale su
dominio de la pluma y de la composición (“soy dibujante por partida triple:
técnico, comercial y humorístico”).
Ese
grafismo se despliega en primorosos detalles y anacronismos y motiva que sus
cuadritos parezcan realidades oníricas. Así, en uno que ilustra el segundo
viaje de Colón, un personaje viste una remera con la inscripción “Make love not
war” (página 17); en otro (página 11) Enrique VIII está leyendo Playboy, y en la página 40, en un plano
general lejano del Monumento a la
Bandera en Rosario, se observa una carabela que navega por el
Río Paraná.
Pero
no se puede hablar del arte de Laino sin destacar su sabor popular y su amor al
barrio y a sus protagonistas. Las estampas de costumbres, como “El cafishio y la Adelita ” (página 22), “El
pulpero de Santa Lucía” (página 30), “Bailando el Gato” (página 32 y 33) y
“Café de la esquina” (página 45), pueden considerarse auténticas joyas gráficas.
Osvaldo
Laino confesó su admiración hacia Pequeñas
delicias de la vida conyugal (1913), de George Mc Manus (famoso por sus
fondos exquisitos poblados de extravagancias), y en sus viñetas suelen
deambular perros y gatos sueltos, gallinas y –si aparece un río- peces que
asoman sus cabezas. En su figuración sobresale su destreza en el empleo de la
línea, que atiborra los cuadritos de filigranas y arabescos. Y es frecuente que
también se oculte entre ellos algún célebre personaje de historieta, como
Mickey, Betty Boop o Los picapiedras.
Gran
parte del libro está dividido en capítulos (“El tango en nuestras venas”,
“Rosario”, “Los barrios y los personajes”, “Vecinos”, “La pasión por las
bochas”, “En Inglés”, y siguen los títulos), en los que un texto comenta el
tema tratado. Uno de los más logrados es “Nostalgia de una esquina: Una historia
como tantas”, de Carlos G. Groppa (páginas 43/44).
En
la serie “En Inglés”, en la página 97 resulta desternillante el cuadrito en el
cual Cleopatra se baña utilizando leche envasada y le dice a la mucama que si
llama Julio, que pague la cuenta. Y en otra viñeta, Adán le tapa a Eva los ojos
para que adivine quién es, pero sorpresivamente ella pregunta por “Tom?,
Larry?, Paul?”. Este nonsense también
surge en sus textos en español, como la del inventor que explica que su máquina
infernal, pese a haberle costado “un laburo bárbaro terminarla (…) no sirve
para nada” (página 76).
Este
estupendo libro de Laino debe leerse escuchando tangos como música de fondo y disfrutando
la alegría vital que palpita en sus representaciones del barrio y sus
habitantes, o sea pibes que juegan a la pelota y a la rayuela, o hacen girar un
trompo o embocan el balero.
Germán Cáceres
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