jueves, 21 de junio de 2012

Crítica de la novela Precinto 56, de Ray Collins. Por Santiago K


La palabra ilustrada.

Los yankis tienen una curiosa idea del amor, que casi siempre deriva en
carne de psicólogos, psiquiatras y novelistas que lo han digerido mal.” (Pág. 36)


Tapa del libro

El mercado digital de comics es no solo un mercado naciente gracias a la tecnología tablet, los teléfonos táctiles y el abaratamiento de costos al minimizar la impresión de papel, sino también un medio de mantener lo viejo. Expresiones como “Biblioteca virtual de comics”, “preservando lo valioso” o “recuperando el pasado” son comunes entre los miembros de la comunidad digital con más de cuarenta años (sin dejar de lado, claro a los lectores más jóvenes... o más viejos!). ¿Qué pasó con “Nippur de Lagash”? ¿Qué pasó con “Marck”? ¿Qué pasó con “Ord Grund”? ¿Y “Savarese”? No continúo la lista por razones de espacio y otras más obvias. Seamos justos al decir que las reimpresiones no existen y que las vueltas a los clásicos por parte de cualquier editorial es siempre efímera o minúscula. Un tomo recopilatorio por aquí, un par de revistas del recuerdo por allá. La verdadera manera de conseguir, re-leer o descubrir esas viejas glorias de la historieta argentina ya sea de los 70 o los 80, es mediante la piratería digital. Loado sea aquel que haya logrado conseguir una colección en una venta de saldo con algo de “Aquí la Legión!” o un par de números originales de Columba de “Dago”. O Precinto 56, ya que estamos... y es acerca de esta última serie de la que venimos a hablar, aunque no en un formato digital. Tampoco en un formato viejo. Y mucho menos, en un formato aviñétado.

Ray Collins

Bajo el seudónimo de Ray Collins, Eugenio Zaprietto fue quien guionizó (entre otras cosas como Denis Martin, Jackaroe y Grand Prix), la oscura serie policial skorpiana Precinto 56. Como escritor símil navaja suiza cientos de guiones de series propias y ajenas reposan bajo ese seudónimo o media docena de sobrenombres más. Y recientemente, más exactamente en Octubre del año pasado, ediciones La Llave publicó el primer libro policial (no el primer libro del autor pero sí de la serie) bajo un nombre homónimo a la serie del chicano Galván.
 La historia se centra en el personaje de Galván, a quien se le presentan no uno sino varios casos que con el correr de las páginas, empiezan a unirse hasta culminar en un final común. Un hombre internado sin razones aparentes en un psiquiátrico para ricos, una bella mujer asesinada de manera abrupta y sospechosa, con conexiones aún más sospechosas y un niño que pierde su niñez en ese mismo momento sin saber por qué. Todo esto salpicado con un poco de romance entre Galvan, Tippy Manix y la hija del magnate corrupto Hackett, quien además jugará un papel importante en el desarrollo de la investigación.

Imágenes de la serie en historieta, con dibujos de Lito Fernández, en revista Skorpio

 Más allá de hablar de la historia, que debería desvelársele a todo aquel que obtenga este libro, hablemos de lo que el libro muestra, empezando por el género. El policial negro se define como un género donde lo más importante no es la investigación en sí. La investigación es un medio para mostrar lo oscuro y profundo que puede ser el fondo de un crimen, cualquiera sea este. No se trata solamente de encontrar a un culpable que confiesa su crimen al final y del cual no conocemos ni la vena moral. Se trata de ver qué tanto puede corromperse esa persona, qué tan profunda puede ser la corrupción que la ocupa, o qué tan fuerte le afecta la verdadera faceta del mundo, esa faceta que desconocemos o fingimos desconocer y que constituye la base de una sociedad que crece sobre la miseria de otros. ¿Muy poético? Como el mismo escritor sintetizó en una entrevista de este blog: “Precinto 56 encierra experiencias de lectura, de cine, de trabajo y de utilizar el tema policial como humilde síntesis de lo peor y mejor de la condición humana bajo la presión de las grandes ciudades.”
 La novela esta escrita en un formato extraño. Varios capítulos con subcapítulos que parecen escritos para guionizar una historieta en varias entregas, con finales abiertos o “continuará” implícitos constantes. Incluso la conjugación de verbos es a veces completamente en presente, como si se intentará señalar al dibujante de nuestra mente como disponer los personajes y las situaciones, los planos, las secuencias, las acciones... no por nada volvemos a remarcar que el autor es guionista de historietas. Se nota a la legua y ciertamente, contrario a lo que uno podría pensar, da resultado. La historia corre y uno la sigue, pese a algunos momentos algo confusos, como si leyera una historieta. Así de simple.

Página de la serie, en revista Skorpio.

 Además de la minuciosa descripción de detalles de escenario, Collins añade cosas e ideas que lo marcan como un nostálgico incorregible. Si bien la acción transcurre en un tiempo cronológico presente donde la tecnología, la vestimenta, los medios y el Facebook (sí, lo mencionamos aparte porque ya casi parece un elemento indisoluble de nuestro día a día) no quedan descartados, el autor narra las situaciones de manera que es imposible no pensar en una película de los 70 u 80 similar a Harry el Sucio.

El escenario suena a las viejas películas del Far West, de cuando los cineastas no metían mensajes a lo Ingmar Bergman. Esta el amo del pueblo, la chica perdida, el barman y el sheriff. Solo falta la música. Elija usted: Dimitri Tiomkin o Lalo Shchifrin. John Ford le hubiera colocado, también un toque de tragedia irlandesa, ¿por qué no?” (Pág. 88)

Y el personaje Galván tampoco queda exento de esto.
Galván se apoya en la pared. Todavía no ha sacado su arma. En esto también existen diferencias entre ellos. Val Amato utiliza una Beretta de última generación; Galván un vetusto 357 Smith & Wesson de los sesenta.” (Pág. 7)

 Su elección respecto de las armas de fuego es un pequeño detalle, comparado además con como lleva adelante su trabajo. Galván se hunde en la basura buscando pistas allí donde nadie se atreve. No consulta internet, ni archivos ni bases de datos sino que anota en una libreta, pregunta en la calle y sus actitudes y palabras hacen imposible no pensar en él sin añadirle gafas ray-ban y una camisa con cuello en punta. La nostalgia se imprime no solo en los elementos sino también en la misma palabra, como sugiriendo que todo ocurre en un tiempo diferente, pasado, a pesar de las referencias actuales.


 Precinto 56 es no solo una historia contada como las de antes, no solo un policial oscuro, no solo una investigación donde un hombre se vuelve indetenible por su necesidad de justicia y su resolución a hacer “lo que se TIENE que hacer”, no solo una denuncia de la aún existente y aparentemente inmortal desidia humana. Precinto 56 es una demostración de que a pesar de que lo neguemos, el pasado está ahí. No se pueden dejar de lado las raíces de la narrativa escrita o gráfica que nos sostienen en pos de los espejitos de colores de lo nuevo. Justamente para terminar, reflexionemos sobre un dicho: “la aventura y sus subgéneros esta sobrevalorada/muerta/estancada/etc.”. No lo dijo nadie en especial, pero es un dicho que cobra fuerza en la esfera virtual donde, a pesar nuestro, se esta centrando gran parte de la discusión sobre géneros historietísticos y literarios de nuestro país. De acuerdo a esta idea generalizada, la novela negra policial esta tan devaluada como el papel al compararlo con el formato digital. Pero el problema no es que esté devaluada, sino quién lo dice y por qué.
 ¿Quién cree que la aventura no vale la pena? ¿Quién cree que no se pueden contar buenas historias con piratas, sumerios o legionarios? ¿Por qué, en un momento donde la diversidad es clave en nuestro desarrollo cultural insistimos aún en la idea de “géneros/temas pasados de moda”? No existen formas obsoletas de contar una historia. Pero eso es un tema para discutir otro día.

1 comentario:

Luca Lorenzon dijo...

Precinto 56! Quanti ricordi! Una delle mie serie preferite.

Anche il libro sembra essere molto interessante.