(Hotel
de las Ideas, Buenos Aires, 2019, 64 páginas)
Alberto Breccia
(Montevideo, 1919-Buenos Aires, 1993) está considerado uno de los más grandes
dibujantes de la historia de la historieta mundial, y se radicó con su familia
en la Argentina cuando tenía tres años. Su obra es vasta y comenzó a sobresalir
a partir de Vito Nervio, que dibujó
desde l947 a 1959 con textos de Leonardo Wadel. En los años cincuenta toma
contacto con el guionista Héctor Germán Oesterheld y en dupla producen varias
obras que están entre la cumbre de este noveno arte. Entre ellas pueden citarse
Sherlock Time, Mort Cinder, Vida del Che
Guevara (que dibujó junto a su hijo Enrique) y una nueva versión de El Eternauta. Con guión de Norberto
Buscaglia adaptó Los mitos del Cthulhu,
de H.P. Lovecraft. Acompañado por el guionista Carlos Trillo, realizó Un tal Daneri y Buscavidas. Junto a Juan Sasturain (textos) plasmó la consagrada
saga Perramus. Son famosas sus versiones de los cuentos de
Edgar Allan Poe.
La historieta
que se comenta fue realizada por el artista en 1982 y hasta ahora era inédita
en nuestro país. Anteriormente se publicó, entre 1983 y 1984, en la revista
española Comix Internacional, y en
los años noventa en libro en Francia.
¿Drácula, Dracul, Vlad? ¡Bah! carece de diálogos, está compuesta por viñetas mudas, y
aunque hay una concepción plástica en su dibujo y en sus colores, su proyecto es
netamente historietístico, con ciertos puntos en común con el arte del cartoon. Laura Caraballo (curadora de la
muestra «Breccia 100. El dibujo mutante») manifiesta en el prólogo: “Aquí, las
masas de color yuxtapuestas dejan emerger la línea como una suerte de daño colateral,
pero no como un fin en sí mismo. No hay trazo, hay mancha. Este carácter
expresivo del color y de las formas, porta oportunamente la carga grotesca que
atraviesa la obra de Breccia de principio a fin”.
A partir de la
tapa, su trabajo está poblado de mujeres y hombres deformes y edificios
resquebrajados, como si estuvieran a punto de derrumbarse. Su colorido es
restallante y muy elaborado.
La obra consta
de cinco capítulos. El primero, «La última noche de carnaval», tiene lugar en
Venecia y presenta un mundo de pesadilla, abarrotado de muertos. El negro es
fundamental y recorre sus páginas. La concepción de Breccia es netamente
experimental. En este episodio Drácula está a punto de morder a una mujer, pero
aparece Superman como un salvador y aquel huye dejando a la pareja gozar de un
romance. Pero el final es desopilante, porque el superhéroe muere
inesperadamente, y el último cuadrito muestra un primer plano de la mujer con
colmillos manchados de sangre: Drácula ya la había mordido y convertido en
vampira.
«Latrans canis
non admordet» es el título en latín del Capítulo 2, que significa “Perro que
ladra no muerde”. Su creativa estética trae reminiscencias de un genial corto
de animación: El corazón delator
(1953), de Ted Parmelee, una producción de la casa UPA. Hay viñetas –como la
del plano general en que El Conde viaja en carroza–, que podrían lucirse en
cualquier galería de arte. En esta oportunidad sufre de dolor de muelas, y
concurre a un dentista. El cuadrito de media página en el cual el profesional
lo revisa es de antología por su muestrario de objetos insólitos. En su trazo
predomina la línea curva y en su composición una óptica barroca. Luego, en el
castillo, recibe a un huésped con quien cena. Y concluye con una viñeta en la
cual asoma una burla feroz: Drácula hinca sus colmillos en su visitante
mientras este duerme, pero se le cae la prótesis que le había colocado el
dentista.
En el Capítulo
3: «Un tierno y desolado corazón», los interiores del castillo demuestran su
exuberante figuración. Aquí, nuestro mordedor está perdidamente enamorado de
una mujer moribunda, va a verla en su mansión, entra en el dormitorio donde languidece
en la cama, y la salva mediante una transfusión de sangre que se exhibe en un
magnífico cuadrito de página entera.
En el Capítulo
4, «Fui leyenda», se traslada a Buenos Aires en la época del Proceso. Abundan
imágenes propias de los «Caprichos goyescos»
al mostrar el horror de matanzas, mutilaciones, torturas y acciones aberrantes.
Como señala Caraballo en su prólogo, aparece el único texto de la serie: un
cartel fijado en una pared anuncia “Todo va mejor con Coca-Cola” en tanto una
fila de personas espera frente a
una olla popular. Drácula, espantado, se refugia en una
iglesia católica. La concepción artística trae a la memoria la citada Perramus.
El Capítulo 5,
«¿Poe?.¡Puaf!» presenta al famoso escritor trabajando en el estudio de su casa
de Baltimore, mientras por la ventana entre un cuervo. Drácula está observando
su vivienda y lo ve partir hacia una taberna, donde el poeta bebe hasta
emborracharse. Al salir el vampiro lo muerde y se fuga, pero la sangre, por
supuesto, estaba colmada de alcohol y, completamente ebrio, cae al suelo y se
agarra de un poste. Un policía lo detiene para encerrarlo en un calabozo.
Tal vez la mejor
definición de esta obra maestra la dio el propio autor. Su hija Patricia
Breccia –una notable dibujante de historietas de nivel internacional– señaló a
Juan Manuel Strassburger (Radar,
30.6.19) que “Desde el primer momento su objetivo fue hacer a Drácula pero como
sátira. Una adaptación fuera de lo convencional. ´Me quiero cagar de risa yo´,
me decía. ´Me quiero divertir´”.
Germán Cáceres
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