domingo, 25 de agosto de 2019

¿Drácula, Dracul, Vlad? ¡Bah…! Arte y guión: Alberto Breccia. Por Germán Cáceres


(Hotel de las Ideas, Buenos Aires, 2019, 64 páginas)




Alberto Breccia (Montevideo, 1919-Buenos Aires, 1993) está considerado uno de los más grandes dibujantes de la historia de la historieta mundial, y se radicó con su familia en la Argentina cuando tenía tres años. Su obra es vasta y comenzó a sobresalir a partir de Vito Nervio, que dibujó desde l947 a 1959 con textos de Leonardo Wadel. En los años cincuenta toma contacto con el guionista Héctor Germán Oesterheld y en dupla producen varias obras que están entre la cumbre de este noveno arte. Entre ellas pueden citarse Sherlock Time, Mort Cinder, Vida del Che Guevara (que dibujó junto a su hijo Enrique) y una nueva versión de El Eternauta. Con guión de Norberto Buscaglia adaptó Los mitos del Cthulhu, de H.P. Lovecraft. Acompañado por el guionista Carlos Trillo, realizó Un tal Daneri y Buscavidas. Junto a Juan Sasturain (textos) plasmó la consagrada saga Perramus.  Son famosas sus versiones de los cuentos de Edgar Allan Poe.


La historieta que se comenta fue realizada por el artista en 1982 y hasta ahora era inédita en nuestro país. Anteriormente se publicó, entre 1983 y 1984, en la revista española Comix Internacional, y en los años noventa en libro en Francia.
¿Drácula, Dracul, Vlad? ¡Bah! carece de diálogos, está compuesta por viñetas mudas, y aunque hay una concepción plástica en su dibujo y en sus colores, su proyecto es netamente historietístico, con ciertos puntos en común con el arte del cartoon. Laura Caraballo (curadora de la muestra «Breccia 100. El dibujo mutante») manifiesta en el prólogo: “Aquí, las masas de color yuxtapuestas dejan emerger la línea como una suerte de daño colateral, pero no como un fin en sí mismo. No hay trazo, hay mancha. Este carácter expresivo del color y de las formas, porta oportunamente la carga grotesca que atraviesa la obra de Breccia de principio a fin”.





A partir de la tapa, su trabajo está poblado de mujeres y hombres deformes y edificios resquebrajados, como si estuvieran a punto de derrumbarse. Su colorido es restallante y muy elaborado.
La obra consta de cinco capítulos. El primero, «La última noche de carnaval», tiene lugar en Venecia y presenta un mundo de pesadilla, abarrotado de muertos. El negro es fundamental y recorre sus páginas. La concepción de Breccia es netamente experimental. En este episodio Drácula está a punto de morder a una mujer, pero aparece Superman como un salvador y aquel huye dejando a la pareja gozar de un romance. Pero el final es desopilante, porque el superhéroe muere inesperadamente, y el último cuadrito muestra un primer plano de la mujer con colmillos manchados de sangre: Drácula ya la había mordido y convertido en vampira.

«Latrans canis non admordet» es el título en latín del Capítulo 2, que significa “Perro que ladra no muerde”. Su creativa estética trae reminiscencias de un genial corto de animación: El corazón delator (1953), de Ted Parmelee, una producción de la casa UPA. Hay viñetas –como la del plano general en que El Conde viaja en carroza–, que podrían lucirse en cualquier galería de arte. En esta oportunidad sufre de dolor de muelas, y concurre a un dentista. El cuadrito de media página en el cual el profesional lo revisa es de antología por su muestrario de objetos insólitos. En su trazo predomina la línea curva y en su composición una óptica barroca. Luego, en el castillo, recibe a un huésped con quien cena. Y concluye con una viñeta en la cual asoma una burla feroz: Drácula hinca sus colmillos en su visitante mientras este duerme, pero se le cae la prótesis que le había colocado el dentista.

En el Capítulo 3: «Un tierno y desolado corazón», los interiores del castillo demuestran su exuberante figuración. Aquí, nuestro mordedor está perdidamente enamorado de una mujer moribunda, va a verla en su mansión, entra en el dormitorio donde languidece en la cama, y la salva mediante una transfusión de sangre que se exhibe en un magnífico cuadrito de página entera.
En el Capítulo 4, «Fui leyenda», se traslada a Buenos Aires en la época del Proceso. Abundan imágenes  propias de los «Caprichos goyescos» al mostrar el horror de matanzas, mutilaciones, torturas y acciones aberrantes. Como señala Caraballo en su prólogo, aparece el único texto de la serie: un cartel fijado en una pared anuncia “Todo va mejor con Coca-Cola” en tanto una fila de personas espera frente a



una olla popular. Drácula, espantado, se refugia en una iglesia católica. La concepción artística trae a la memoria la citada Perramus.
El Capítulo 5, «¿Poe?.¡Puaf!» presenta al famoso escritor trabajando en el estudio de su casa de Baltimore, mientras por la ventana entre un cuervo. Drácula está observando su vivienda y lo ve partir hacia una taberna, donde el poeta bebe hasta emborracharse. Al salir el vampiro lo muerde y se fuga, pero la sangre, por supuesto, estaba colmada de alcohol y, completamente ebrio, cae al suelo y se agarra de un poste. Un policía lo detiene para encerrarlo en un calabozo.  


Tal vez la mejor definición de esta obra maestra la dio el propio autor. Su hija Patricia Breccia –una notable dibujante de historietas de nivel internacional– señaló a Juan Manuel Strassburger (Radar, 30.6.19) que “Desde el primer momento su objetivo fue hacer a Drácula pero como sátira. Una adaptación fuera de lo convencional. ´Me quiero cagar de risa yo´, me decía. ´Me quiero divertir´”.


Germán Cáceres

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